AL LECTOR
Es tan grande la ceguedad en que por la mayor parte está hoy el mundo puesto,que no me maravillo de los falsos juicios que el vulgo hace sobre lo que nuevamenteha en Roma acaecido, porque como piensan la religión consistir solamente en estascosas exteriores, viéndolas así maltractar, paréceles que enteramente va perdida lafe. Y a la verdad, ansí como no puedo dejar de loar la santa afición con quel vulgo aesto se mueve, así no me puede parecer bien el silencio que tienen los que lo debríandesengañar. Viendo, pues, yo por una parte cuán perjudicial sería primeramente a lagloria de Dios y después a la salud de su pueblo cristiano y también a la honra destecristianísimo Rey y Emperador que Dios nos ha dado si esta cosa así quedase solapada,más con simplicidad y entrañable amor que con loca arrogancia, me atreví a complircon este pequeño servicio las tres cosas principales a que los hombres son obligados.No dejaba de conocer ser la materia más ardua y alta que la medida de mis fuerzas,pero también conocía que donde hay buena intención, Jesucristo alumbra elentendimiento y suple con su gracia lo que faltan las fuerzas y ciencia por humanoingenio alcanzada. También se me representaban los falsos juicios que supersticiososy fariseos sobre esto han de hacer, pero ténganse por dicho que yo no escribo aellos, sino a verdaderos cristianos y amadores de Jesucristo. También veía lascontrariedades del vulgo, que está tan asido a las cosas visibles que casi tiene porburla las invisibles; pero acordéme que no escribía a gentiles, sino a cristianos,cuya perfición es distraerse de las cosas visibles y amar las invisibles. Acordémeque no escribía a gente bruta, sino a españoles, cuyos ingenios no hay cosa tan arduaque fácilmente no puedan alcanzar. Y pues que mi deseo es el que mis palabrasmanifiestan, fácilmente me persuado poder de todos los discretos y no fingidoscristianos alcanzar que si alguna falta en este Diálogo hallaren, interpretándolo ala mejor parte, echen la culpa a mi ignorancia y no presuman de creer que en ellaintervenga malicia, pues en todo me someto a la corrección y juicio de la santaIglesia, la cual confieso por madre.
ARGUMENTO
Un caballero mancebo de la corte del Emperador llamado Latancio topó en la plaza de Valladolid con un arcidiano que venía de Roma en hábito de soldado, y entrando en Sanct Francisco, hablan sobre las cosas en Roma acaecidas. En la primera parte, muestra Latancio al Arcidiano cómo el Emperador ninguna culpa en ello tiene, y en la segunda cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de la cristiandad.
Es tan grande la ceguedad en que por la mayor parte está hoy el mundo puesto,que no me maravillo de los falsos juicios que el vulgo hace sobre lo que nuevamenteha en Roma acaecido, porque como piensan la religión consistir solamente en estascosas exteriores, viéndolas así maltractar, paréceles que enteramente va perdida lafe. Y a la verdad, ansí como no puedo dejar de loar la santa afición con quel vulgo aesto se mueve, así no me puede parecer bien el silencio que tienen los que lo debríandesengañar. Viendo, pues, yo por una parte cuán perjudicial sería primeramente a lagloria de Dios y después a la salud de su pueblo cristiano y también a la honra destecristianísimo Rey y Emperador que Dios nos ha dado si esta cosa así quedase solapada,más con simplicidad y entrañable amor que con loca arrogancia, me atreví a complircon este pequeño servicio las tres cosas principales a que los hombres son obligados.No dejaba de conocer ser la materia más ardua y alta que la medida de mis fuerzas,pero también conocía que donde hay buena intención, Jesucristo alumbra elentendimiento y suple con su gracia lo que faltan las fuerzas y ciencia por humanoingenio alcanzada. También se me representaban los falsos juicios que supersticiososy fariseos sobre esto han de hacer, pero ténganse por dicho que yo no escribo aellos, sino a verdaderos cristianos y amadores de Jesucristo. También veía lascontrariedades del vulgo, que está tan asido a las cosas visibles que casi tiene porburla las invisibles; pero acordéme que no escribía a gentiles, sino a cristianos,cuya perfición es distraerse de las cosas visibles y amar las invisibles. Acordémeque no escribía a gente bruta, sino a españoles, cuyos ingenios no hay cosa tan arduaque fácilmente no puedan alcanzar. Y pues que mi deseo es el que mis palabrasmanifiestan, fácilmente me persuado poder de todos los discretos y no fingidoscristianos alcanzar que si alguna falta en este Diálogo hallaren, interpretándolo ala mejor parte, echen la culpa a mi ignorancia y no presuman de creer que en ellaintervenga malicia, pues en todo me someto a la corrección y juicio de la santaIglesia, la cual confieso por madre.
ARGUMENTO
Un caballero mancebo de la corte del Emperador llamado Latancio topó en la plaza de Valladolid con un arcidiano que venía de Roma en hábito de soldado, y entrando en Sanct Francisco, hablan sobre las cosas en Roma acaecidas. En la primera parte, muestra Latancio al Arcidiano cómo el Emperador ninguna culpa en ello tiene, y en la segunda cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de la cristiandad.
Diálogo de los cosas acaecidos en Roma
-
Autor:
Alfonso De Valdes
- Código del producto: 762
- Categoría: Ficción y temas afines, Ficción de aventuras/acción
- Temática: Aventura histórica
-
ISBN:
- 9788497702768 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano