Al abordar la biografía de mi héroe, Alexei Fiodorovitch, experimento cierta perplejidad: aunque le llamo «mi héroe», sé que no es un gran hombre. Por lo tanto, se me dirigirán sin duda preguntas como éstas: «¿Qué hay de notable en Alexei Fiodorovitch para que lo haya elegido usted como héroe? ¿Qué ha hecho? ¿Quién lo conoce y por qué? ¿Hay alguna razón para que yo, lector, emplee mi tiempo en estudiar su vida?»
La última pregunta es la más embarazosa, pues la única respuesta que puedo dar es ésta: «Tal vez. Eso lo verá usted leyendo la novela.» ¿Pero y si, después de leerla, el lector no ve en mi héroe nada de particular? Digo esto porque preveo que puede ocurrir así. A mis ojos, el personaje es notable, pero no tengo ninguna confianza en convencer de ello al lector. Es un hombre que procede con seguridad, pero de un modo vago y oscuro. Sin embargo, resultaría sorprendente, en nuestra época, pedir a las personas claridad. De lo que no hay duda es de que es un ser extraño, incluso original. Pero estas características, lejos de conferir el derecho de atraer la atención, representan un perjuicio, especialmente cuando todo el mundo se esfuerza en coordinar las individualidades y extraer un sentido general del absurdo colectivo. El hombre original es, en la mayoría de los casos, un individuo que se aísla de los demás. ¿No es cierto?
Si alguien me contradice en este último punto diciendo: «Eso no es verdad», o «Eso no es siempre verdad», ello me animará a creer en el valor de mi héroe. Pues yo juzgo que el hombre original no solamente no es siempre el individuo que se coloca aparte, sino que puede poseer la quintaesencia del patrimonio común aunque sus contemporáneos lo repudien durante cierto tiempo.
De buena gana habría prescindido de estas explicaciones confusas y desprovistas de interés y habría empezado sencillamente por el primer capítulo, sin preámbulo alguno, diciéndome: «Si mi obra gusta, se leerá.» Pero lo malo es que presento una biografía en dos novelas. La principal es la segunda, donde la actividad de mi héroe se desarrolla en la época presente. La primera transcurre hace trece años. En realidad, sólo se recogen en ella unos momentos de la primera juventud del héroe; pero es indispensable, pues, de no existir esta primera novela, muchos detalles de la segunda serían incomprensibles. Pero todo esto no hace sino aumentar mi confusión. Si yo, como biógrafo, considero que una novela habría bastado para presentar a un héroe tan modesto, tan poco definido, ¿cómo justificar que lo presente en dos?
Como no confío en poder resolver estos problemas, los dejo en suspenso. Ya sé que el lector, con su perspicacia, advertirá que ésta era mi finalidad desde el principio y me reprochará haber perdido el tiempo diciendo cosas inútiles. A eso responderé que lo he hecho por cortesía, aunque también he procedido con astucia, ya que he prevenido al lector. Por lo demás, me complace que mi novela se haya dividido por sí misma en dos relatos, «sin perder su unidad». Una vez que conozca el primero, el lector decidirá si vale la pena empezar el segundo. Evidentemente, cada cual es dueño de sus actos, y el lector puede cerrar el libro sin pasar de las primeras páginas del primer relato y no volverlo a abrir. Pero hay lectores de espíritu delicado que quieren llegar hasta el fin para no caer en la parcialidad. Entre ellos figuran todos los críticos rusos. Uno se anima al verse frente a ellos. A pesar de su táctica metódica, les he proporcionado un argumento de los más decisivos para dejar la lectura en el primer episodio de la novela.
Con esto doy mi prefacio por terminado. Convengo en que podría haber prescindido de él. Pero ya que está escrito, conservémoslo.
Y ahora, empecemos.
EL AUTOR
La última pregunta es la más embarazosa, pues la única respuesta que puedo dar es ésta: «Tal vez. Eso lo verá usted leyendo la novela.» ¿Pero y si, después de leerla, el lector no ve en mi héroe nada de particular? Digo esto porque preveo que puede ocurrir así. A mis ojos, el personaje es notable, pero no tengo ninguna confianza en convencer de ello al lector. Es un hombre que procede con seguridad, pero de un modo vago y oscuro. Sin embargo, resultaría sorprendente, en nuestra época, pedir a las personas claridad. De lo que no hay duda es de que es un ser extraño, incluso original. Pero estas características, lejos de conferir el derecho de atraer la atención, representan un perjuicio, especialmente cuando todo el mundo se esfuerza en coordinar las individualidades y extraer un sentido general del absurdo colectivo. El hombre original es, en la mayoría de los casos, un individuo que se aísla de los demás. ¿No es cierto?
Si alguien me contradice en este último punto diciendo: «Eso no es verdad», o «Eso no es siempre verdad», ello me animará a creer en el valor de mi héroe. Pues yo juzgo que el hombre original no solamente no es siempre el individuo que se coloca aparte, sino que puede poseer la quintaesencia del patrimonio común aunque sus contemporáneos lo repudien durante cierto tiempo.
De buena gana habría prescindido de estas explicaciones confusas y desprovistas de interés y habría empezado sencillamente por el primer capítulo, sin preámbulo alguno, diciéndome: «Si mi obra gusta, se leerá.» Pero lo malo es que presento una biografía en dos novelas. La principal es la segunda, donde la actividad de mi héroe se desarrolla en la época presente. La primera transcurre hace trece años. En realidad, sólo se recogen en ella unos momentos de la primera juventud del héroe; pero es indispensable, pues, de no existir esta primera novela, muchos detalles de la segunda serían incomprensibles. Pero todo esto no hace sino aumentar mi confusión. Si yo, como biógrafo, considero que una novela habría bastado para presentar a un héroe tan modesto, tan poco definido, ¿cómo justificar que lo presente en dos?
Como no confío en poder resolver estos problemas, los dejo en suspenso. Ya sé que el lector, con su perspicacia, advertirá que ésta era mi finalidad desde el principio y me reprochará haber perdido el tiempo diciendo cosas inútiles. A eso responderé que lo he hecho por cortesía, aunque también he procedido con astucia, ya que he prevenido al lector. Por lo demás, me complace que mi novela se haya dividido por sí misma en dos relatos, «sin perder su unidad». Una vez que conozca el primero, el lector decidirá si vale la pena empezar el segundo. Evidentemente, cada cual es dueño de sus actos, y el lector puede cerrar el libro sin pasar de las primeras páginas del primer relato y no volverlo a abrir. Pero hay lectores de espíritu delicado que quieren llegar hasta el fin para no caer en la parcialidad. Entre ellos figuran todos los críticos rusos. Uno se anima al verse frente a ellos. A pesar de su táctica metódica, les he proporcionado un argumento de los más decisivos para dejar la lectura en el primer episodio de la novela.
Con esto doy mi prefacio por terminado. Convengo en que podría haber prescindido de él. Pero ya que está escrito, conservémoslo.
Y ahora, empecemos.
EL AUTOR
Los hermanos Karamazov
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Autor:
Fedor Dostoiewski
- Código del producto: 338
- Colección: Clásicos de la literatura
- Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Calificadores de LENGUA, Ficción y temas afines, Textos antiguos, clásicos y medievales, Lenguas indoeuropeas, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción clásica: general y literaria, Textos antiguos, clásicos y medievales, Ruso
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ISBN:
- 9788496040991 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano