- I -
Señores:
Años ha que, al abrir sus cátedras el Ateneo, se examina en él, desde este sitio, alguna grave cuestión: aquella, por lo común, que preocupa entonces principalmente la opinión pública. Inútil fuera recordar las disertaciones brillantísimas que habéis oído en casos tales de labios de mis antecesores, pues de seguro las recordáis, sin más que ver la ocasión y el lugar que nos reúne, y aún temo que para mí con exceso, llegando hasta echarlas hoy de menos, y con razón. Baste traer a la memoria que también yo he tenido el honor de dirigiros en noches como ésta la palabra, y por cuatro años consecutivos, desde el de 1870 al de 1873, sometiendo a vuestro juicio mis opiniones sobre los hechos y las ideas que juzgué a la sazón más interesantes. No por otro motivo patenticé aquí doce años ha la anulación inevitable de aquel primado del honor que de la gente helénica heredó la del Lacio un día, y alternativamente guardaron los romano-iberogalos por muchos siglos, señalando las consecuencias probables o posibles de tamaño suceso, alguna de las cuales quizá ahora mismo se esté desenvolviendo en las clásicas aguas del mar grecolatino. En medio del estruendo de la mayor de nuestras revoluciones políticas, traté luego aquí de la primera y más importante de las instituciones sociales, del Estado; poniendo de mi parte lo que pude para fortalecerlo en los ánimos, a tiempo que, sobrado enfermo y débil para cumplir sus obligaciones, parecía condenado a asistir paralítico, si con ojos para verlo, sin fuerzas para remediarlo, al incendio lastimoso de la patria. Después hablé del problema religioso, no tan sólo el más íntimo y oscuro del siglo, sino el más peligroso por aquel tiempo para España. Discurrí, por último, acerca de la libertad y el progreso, los más perseguidos y amados, al par que los más confusos de los ideales modernos. Si difíciles eran tales asuntos, no lo han sido menos, y maravillosamente tratados además, los que mis predecesores han expuesto y desarrollado después. ¿Cuál, pues, cuál que no desmerezca de ellos podría yo elegir esta noche? Por de contado que la índole de los estudios de mis antecesores y de los míos ha dado hasta aquí lugar a que nunca abandonen tales discursos el terreno de las Ciencias morales y políticas, y a que los más de ellos versen sobre temas de pura filosofía. ¿Debería yo seguir igual camino ahora? Permitidme convertir la respuesta en una digresión, que acaso no sea imponuna al cabo y al fin.
Tengo yo para mí, señores, que será siempre el más noble de los ejercicios intelectuales el de pensar, u oír pensar, acerca de las cosas universales y eternas; y no he de ser, por tanto, quien de tal dirección quiera ver siempre lejos al Ateneo. Que las tentativas generosas de la filosofía, no ya sólo cuando están guiadas por la pura razón, sino aunque las dirija exclusivamente el empirismo, por tal manera me parecen necesarias al humano espíritu, que sin ellas juzgo que a la postre caería en radical impotencia. Ni cabe dudar que la gloria del Ateneo singularmente consista en no haber cerrado los oídos nunca al rumor de las disputas filosóficas, si en apariencia estériles, en realidad fecundísimas. Mas no se ha de deducir de aquí que ellas deban ser exclusivas, o sean por igual útiles en todo tiempo. Estudios hay, referentes a la indagación, combinación u organización de los hechos, ya naturales, ya históricos, que, sobre dar primera materia al propio y superior trabajo de la filosofía, rinden riquísimos frutos a la vida práctica, estimulando el progreso intelectual, social, político, industrial, económico, antropológico, en fin, con que de día en día se engrandece el ser del hombre. No piden temas tales al entendimiento tan sublimes vuelos, pero suelen más generalmente conmovemos en cambio, hiriendo, por más próximos, con mucha mayor energía el corazón; y aún sé yo de alguno, que, si acertara a tratarlo cual merece, de cierto os interesaría más por todos estilos que la más alta filosofía. Pero el valor mismo que a ésta doy, oblígame ahora a justificar la preferencia que para asunto de otro linaje pretendo esta noche.
Señores:
Años ha que, al abrir sus cátedras el Ateneo, se examina en él, desde este sitio, alguna grave cuestión: aquella, por lo común, que preocupa entonces principalmente la opinión pública. Inútil fuera recordar las disertaciones brillantísimas que habéis oído en casos tales de labios de mis antecesores, pues de seguro las recordáis, sin más que ver la ocasión y el lugar que nos reúne, y aún temo que para mí con exceso, llegando hasta echarlas hoy de menos, y con razón. Baste traer a la memoria que también yo he tenido el honor de dirigiros en noches como ésta la palabra, y por cuatro años consecutivos, desde el de 1870 al de 1873, sometiendo a vuestro juicio mis opiniones sobre los hechos y las ideas que juzgué a la sazón más interesantes. No por otro motivo patenticé aquí doce años ha la anulación inevitable de aquel primado del honor que de la gente helénica heredó la del Lacio un día, y alternativamente guardaron los romano-iberogalos por muchos siglos, señalando las consecuencias probables o posibles de tamaño suceso, alguna de las cuales quizá ahora mismo se esté desenvolviendo en las clásicas aguas del mar grecolatino. En medio del estruendo de la mayor de nuestras revoluciones políticas, traté luego aquí de la primera y más importante de las instituciones sociales, del Estado; poniendo de mi parte lo que pude para fortalecerlo en los ánimos, a tiempo que, sobrado enfermo y débil para cumplir sus obligaciones, parecía condenado a asistir paralítico, si con ojos para verlo, sin fuerzas para remediarlo, al incendio lastimoso de la patria. Después hablé del problema religioso, no tan sólo el más íntimo y oscuro del siglo, sino el más peligroso por aquel tiempo para España. Discurrí, por último, acerca de la libertad y el progreso, los más perseguidos y amados, al par que los más confusos de los ideales modernos. Si difíciles eran tales asuntos, no lo han sido menos, y maravillosamente tratados además, los que mis predecesores han expuesto y desarrollado después. ¿Cuál, pues, cuál que no desmerezca de ellos podría yo elegir esta noche? Por de contado que la índole de los estudios de mis antecesores y de los míos ha dado hasta aquí lugar a que nunca abandonen tales discursos el terreno de las Ciencias morales y políticas, y a que los más de ellos versen sobre temas de pura filosofía. ¿Debería yo seguir igual camino ahora? Permitidme convertir la respuesta en una digresión, que acaso no sea imponuna al cabo y al fin.
Tengo yo para mí, señores, que será siempre el más noble de los ejercicios intelectuales el de pensar, u oír pensar, acerca de las cosas universales y eternas; y no he de ser, por tanto, quien de tal dirección quiera ver siempre lejos al Ateneo. Que las tentativas generosas de la filosofía, no ya sólo cuando están guiadas por la pura razón, sino aunque las dirija exclusivamente el empirismo, por tal manera me parecen necesarias al humano espíritu, que sin ellas juzgo que a la postre caería en radical impotencia. Ni cabe dudar que la gloria del Ateneo singularmente consista en no haber cerrado los oídos nunca al rumor de las disputas filosóficas, si en apariencia estériles, en realidad fecundísimas. Mas no se ha de deducir de aquí que ellas deban ser exclusivas, o sean por igual útiles en todo tiempo. Estudios hay, referentes a la indagación, combinación u organización de los hechos, ya naturales, ya históricos, que, sobre dar primera materia al propio y superior trabajo de la filosofía, rinden riquísimos frutos a la vida práctica, estimulando el progreso intelectual, social, político, industrial, económico, antropológico, en fin, con que de día en día se engrandece el ser del hombre. No piden temas tales al entendimiento tan sublimes vuelos, pero suelen más generalmente conmovemos en cambio, hiriendo, por más próximos, con mucha mayor energía el corazón; y aún sé yo de alguno, que, si acertara a tratarlo cual merece, de cierto os interesaría más por todos estilos que la más alta filosofía. Pero el valor mismo que a ésta doy, oblígame ahora a justificar la preferencia que para asunto de otro linaje pretendo esta noche.
Discurso sobre la nación
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Autor:
Antonio Canovas del Castillo
- Código del producto: 764
- Categoría: Derecho, Sociedad y ciencias sociales, Derecho de países o territorios concretos y áreas específicas del derecho, Política y gobierno
- Temática: Política y gobierno, Derecho constitucional y administrativo
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ISBN:
- 9788497702652 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano