Es imposible aquilatar actualmente el mérito relativo de las numerosas obras del P. Feijoo, sin que las preceda un profundo análisis del estado social e intelectual de España, durante la primera mitad de la pasada centuria. Nadie ignora en el día que el ilustre escritor benedictino fue el primer crítico de su tiempo, y consagró principalmente su vasta erudición a combatir, casi siempre con criterio negativo, los innumerables y crasísimos errores de sus contemporáneos en toda suerte de materias, y a promover, por tanto, la reforma de todos los abusos, legado de un lamentable período de decadencia. Ahora bien; fuerza seria conocer a dónde había llegado ésta, y en qué estado se hallaba la opinión y nuestra cultura, si hubiera de medirse exactamente cuán poderoso fue el esfuerzo, cuán grande la osadía, cuánto el talento y originalidad del gran benedictino, y sobre todo, qué extraordinario celo y desinteresado ánimo necesitaba para su ardua empresa. Como de todo escribió, y supo de todo y en todas las materias hubo de hacer frente a la rutina o a la ignorancia, apenas bastaría para poner de resalto su figura, el cuadro completo, vasto, detenidamente compuesto de toda aquella sociedad. Hoy que la investigación literaria, como la científica, procede por inducción laboriosa y paciente y antes que formular juicios generales, acumula y pone a la vista datos y hechos, muchos nos serían necesarios para esclarecer debidamente el menor tratado del P. Feijoo. No es difícil comprender la trascendencia de sus luminosas consideraciones sobre la enseñanza pública, sin el conocimiento de las leyes que la organizaban y los principios y sistemas dominantes en universidades y seminarios. En orden a la filosofía y la teología, cuánto dijo Feijoo se relaciona íntimamente con la historia de estas dos facultades en España. Por lo que dice a las ciencias naturales, matemáticas, medicina, eterna preocupación del ilustre benedictino, poner de manifiesto el inconcebible atraso en que se hallaban, sería recorrerla distancia que separaba a aquél de sus contemporáneos. Más interesante, si cabe, la pintura de aquel período, en lo que se refería a literatura y artes (que empezaban a recibir de los primeros Borbones singular protección), o a las supersticiones religiosas y vulgares, a los risibles errores comunes a la sazón en todos los ramos. Entonces, sobre este revuelto panorama de la España de Felipe V y Fernando VI, entre el bullir de ergotistas y frailes, médicos ramplones, mayorazgos estúpidos, y un pueblo comido de miseria, y entregado a su imaginación vehemente y lúgubre, resaltaría la colosal y venerable figura del célebre maestro armado de su celo y su erudición contra todos y contra todo, despreocupado y audaz pero sin orgullo, sediento de verdad, afanoso por las reformas, avivando el celo de los más ilustrados, despertando el movimiento intelectual, que alimentaron por cierto sus propios detractores combatiéndole, e iniciando en suma aquel primer periodo de regeneración; impulso formidable del cual participamos todavía. Si otros le ayudaron, si otros le aventajaron en profundidad y ciencia, ninguno en la universalidad de conocimientos; nadie, como él, dejó en sus escritos más exacto reflejo de lo que era entonces España, ni perseveró con tanto celo en la ingrata y compleja tarea que se impuso.
El alcance que tuvo su ruda campaña fue, repetimos, extraordinario; ahora, sobre el temple de las armas empleadas en ella, ya difieren las opiniones. No puede juzgarse a Feijoo con criterio absoluto. En nuestros tiempos se hizo proverbial el dicho de que al P. Feijoo debía erigírsele una estatua y pie de ella quemar sus escritos; una estatua, para el hombre que con su soplo poderoso barrió las preocupaciones de su siglo; la hoguera, dicen, para sus libros cuya oportunidad pasó, cuyas opiniones, entonces atrevidas, son hoy en buena parte dignas del olvido, o tan erróneas y risibles como las de sus impugnadores.
Hay, sin embargo, quien se revuelve contra aquella afirmación paradójica. El Sr. D. Vicente de La Fuente que ha escrito la más completa noticia de la vida de Feijoo, y, en nuestro concepto, el mejor juicio de sus obras, lo resume así en breves páginas, combatiendo aquella opinión ya vulgar:
El alcance que tuvo su ruda campaña fue, repetimos, extraordinario; ahora, sobre el temple de las armas empleadas en ella, ya difieren las opiniones. No puede juzgarse a Feijoo con criterio absoluto. En nuestros tiempos se hizo proverbial el dicho de que al P. Feijoo debía erigírsele una estatua y pie de ella quemar sus escritos; una estatua, para el hombre que con su soplo poderoso barrió las preocupaciones de su siglo; la hoguera, dicen, para sus libros cuya oportunidad pasó, cuyas opiniones, entonces atrevidas, son hoy en buena parte dignas del olvido, o tan erróneas y risibles como las de sus impugnadores.
Hay, sin embargo, quien se revuelve contra aquella afirmación paradójica. El Sr. D. Vicente de La Fuente que ha escrito la más completa noticia de la vida de Feijoo, y, en nuestro concepto, el mejor juicio de sus obras, lo resume así en breves páginas, combatiendo aquella opinión ya vulgar:
Obras escogidas
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Autor:
Benito J. Feijo
- Código del producto: 794
- Categoría: Ficción y temas afines, Ciencia ficción, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción moderna y contemporánea: general y literaria, Ciencia ficción clásica
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ISBN:
- 9788497701044 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano