- I - DE NINO CASA-GUTIÉRREZ A UN SU AMIGO
Madrid, julio 30 de 188...
Si por una, para mí, desdichada casualidad, no hubiera estado yo ausente el día en que tú pasaste por aquí como un relámpago, te hubiera enterado de palabra de estas graves cosas que voy a referirte ahora por escrito y de mala manera, porque tras de no tener el tiempo de sobra, jamás despunté por hábil en el manejo de la pluma. Yo te aseguro que no la tuviera en este instante entre los dedos sin el honrado temor de que adquieras por el rumor público las noticias que debo darte yo antes que nadie y que a nadie. O somos o no somos amigos «de la infancia:» Pílades y Orestes, los gemelos de Siam, como alguien nos ha llamado al vernos tan unidos en las prosperidades y en las tormentas de nuestra no larga, pero bien azarosa vida; o hemos o no corrido juntos los temporales de nuestro mundo tan calumniado por los que no le conocen, y bien poco entretenido para los que le conocemos a fondo, cuando las arrastradas circunstancias (vulgo, dinero) no concuerdan en género, número y caso con la omnímoda libertad, que nunca falta, de explorarle en todas direcciones. En fin, hombre, y por no enredarme en estos líos retóricos que me apestan: que me considero en la obligación de contarte esto gordo que me pasa, y que te lo voy a contar del mejor modo que pueda.
«Mi padre me dijo un día, hará cosa de tres semanas, estas o parecidas lisonjas: «Vas a cumplir luego treinta años; tienes casi todos los vicios y todas las necesidades que puede tener un mozo de tu prosapia; necesitas un caudal para sostener la vida que haces, y no sabes ganar honradamente una peseta. Hoy comes de la olla grande, porque no te cuesta otro trabajo que meter el cucharón en ella; pero esta ganga tendrá su fin más tarde o más temprano, y es deber mío, ya que a ti no se te ocurre, tratar de que el desastre te coja apercibido contra los riesgos de la miseria de levita, la más horrible de las miserias, o de que el demonio te infunda la idea de levantarte la tapa de los sesos para mejorar de suplicio. Que el desastre ha de venir, es evidente, porque yo no he de ser eterno; y al mudarme al otro mundo, es posible que haya que enterrar de limosna en éste, la ilustre carga de mis huesos. Éstos y un poco de ruido que se apagará en el oído de las gentes antes que la última salmodia de mi entierro, será toda la herencia que os deje para sostén de las pomposidades en que os habéis educado por haceros dignos de la jerarquía social que os cupo en suerte. Contando con ello, te quise dar una carrera. Probaste varias, y todas te parecían a cual peor, porque cualquiera de ellas te reclamaba el tiempo y la atención que tú necesitabas para darte la gran vida que te has dado entre otros distinguidos vagabundos como tú. Por pura bambolla, apechugó tu hermano con los rudimentos de la carrera diplomática; y por obra de misericordia y milagros de mis influencias, ingresó en ella tiempos andando. Casose tu hermana Amelia con el duque de Castrobodigo, y anda tu otra hermana, María, a pique de ser vizcondesa de la Hondonada, con gran regocijo de tu señora madre, que se perece por estos similores de mundo elegante.»
Recuerdo todos estos pormenores ¡oh amigo incorrupto! porque la fuerza de la sorpresa, que rayó en asombro, me los grabó en la memoria a mazo y escoplo: jamás me había hablado mi padre de esos particulares, ni le había visto yo tan grave ni tan elocuente; y te los traslado casi a la letra, porque tras de no ser un secreto para ti ni para nadie de nuestro mundo, así me salen al volar de la pluma, y temo embarullar el relato si me meto a poner diques y reparos a la corriente de mis ideas.
Madrid, julio 30 de 188...
Si por una, para mí, desdichada casualidad, no hubiera estado yo ausente el día en que tú pasaste por aquí como un relámpago, te hubiera enterado de palabra de estas graves cosas que voy a referirte ahora por escrito y de mala manera, porque tras de no tener el tiempo de sobra, jamás despunté por hábil en el manejo de la pluma. Yo te aseguro que no la tuviera en este instante entre los dedos sin el honrado temor de que adquieras por el rumor público las noticias que debo darte yo antes que nadie y que a nadie. O somos o no somos amigos «de la infancia:» Pílades y Orestes, los gemelos de Siam, como alguien nos ha llamado al vernos tan unidos en las prosperidades y en las tormentas de nuestra no larga, pero bien azarosa vida; o hemos o no corrido juntos los temporales de nuestro mundo tan calumniado por los que no le conocen, y bien poco entretenido para los que le conocemos a fondo, cuando las arrastradas circunstancias (vulgo, dinero) no concuerdan en género, número y caso con la omnímoda libertad, que nunca falta, de explorarle en todas direcciones. En fin, hombre, y por no enredarme en estos líos retóricos que me apestan: que me considero en la obligación de contarte esto gordo que me pasa, y que te lo voy a contar del mejor modo que pueda.
«Mi padre me dijo un día, hará cosa de tres semanas, estas o parecidas lisonjas: «Vas a cumplir luego treinta años; tienes casi todos los vicios y todas las necesidades que puede tener un mozo de tu prosapia; necesitas un caudal para sostener la vida que haces, y no sabes ganar honradamente una peseta. Hoy comes de la olla grande, porque no te cuesta otro trabajo que meter el cucharón en ella; pero esta ganga tendrá su fin más tarde o más temprano, y es deber mío, ya que a ti no se te ocurre, tratar de que el desastre te coja apercibido contra los riesgos de la miseria de levita, la más horrible de las miserias, o de que el demonio te infunda la idea de levantarte la tapa de los sesos para mejorar de suplicio. Que el desastre ha de venir, es evidente, porque yo no he de ser eterno; y al mudarme al otro mundo, es posible que haya que enterrar de limosna en éste, la ilustre carga de mis huesos. Éstos y un poco de ruido que se apagará en el oído de las gentes antes que la última salmodia de mi entierro, será toda la herencia que os deje para sostén de las pomposidades en que os habéis educado por haceros dignos de la jerarquía social que os cupo en suerte. Contando con ello, te quise dar una carrera. Probaste varias, y todas te parecían a cual peor, porque cualquiera de ellas te reclamaba el tiempo y la atención que tú necesitabas para darte la gran vida que te has dado entre otros distinguidos vagabundos como tú. Por pura bambolla, apechugó tu hermano con los rudimentos de la carrera diplomática; y por obra de misericordia y milagros de mis influencias, ingresó en ella tiempos andando. Casose tu hermana Amelia con el duque de Castrobodigo, y anda tu otra hermana, María, a pique de ser vizcondesa de la Hondonada, con gran regocijo de tu señora madre, que se perece por estos similores de mundo elegante.»
Recuerdo todos estos pormenores ¡oh amigo incorrupto! porque la fuerza de la sorpresa, que rayó en asombro, me los grabó en la memoria a mazo y escoplo: jamás me había hablado mi padre de esos particulares, ni le había visto yo tan grave ni tan elocuente; y te los traslado casi a la letra, porque tras de no ser un secreto para ti ni para nadie de nuestro mundo, así me salen al volar de la pluma, y temo embarullar el relato si me meto a poner diques y reparos a la corriente de mis ideas.
Nubes de estío
-
Autor:
José María De Pereda
- Código del producto: 797
- Categoría: Ficción y temas afines, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción moderna y contemporánea: general y literaria
-
ISBN:
- 9788497700313 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano