Porque es necesario, que los hechos tengan sitio, fecha y criaturas, escribo estos capítulos del libro, que lleva por esto mismo en la entraña la simiente de su muerte, porque en el arte, no tienen vida duradera, sino las cosas sobrehumanas, que en todo tiempo y lugar sean reflejo de verdad. Requiescat in pace. Se irá en el montón, en buena compañía, a descansar en la huesa, que el olvido abre todos los años para los que escriben. Yo tengo conmiseraciones, llenas de respeto, por todas las ideas, que se arrojan a la pelea diaria, y muy en mucho los campeones esforzados, que defienden iracundos la brecha, erguidos sobre el escombro... Me acerco a ellos siempre, leo sus libros y veo cómo se enflaquece el vigor intelectual, que echa a la hoguera sus aristas de diamante pulido y cómo sepulta el hombre todas las exuberancias pasionales de nuestro espíritu. [4] Escribo, a pesar de todo, con caricias en la frase y plasmo, en los soliloquios de creación, las figuras, que cruzan sonriendo la zona sombría del pensamiento. No hay frío en la pluma, ni desesperaciones; y, cuando resbala y cruje sobre el papel, saltan chispas de alegría, porque otros se emborrachan de alcohol y nosotros de visiones: es lo mismo. Lo importante es que el tiempo, que no puede llenarse siempre de trabajo material, pase en alguna forma, aunque sea poblado de deleznables fantasmagorías; -el tiempo, que es tan largo, cuando la inercia y el tedio penetran los huesos... No importa lo que suceda después; escribamos. Sé que el sepulcro está siempre con la tapa de mármol levantada y pendiente en actitud de caer... pero yo digo, que esos libros muertos, que han enriquecido nuestra inteligencia con el esplendor de sus pasiones, son los amigos desinteresados de las horas solitarias; y a medida que se van borrando de la memoria humana, se concentran y se retiran en tropel y entran por las puertas iluminadas de nuestras casas, como hijos pródigos, que vuelven moribundos de la lucha a buscar otra vez el seno tibio de nuestros cariños. Yo los he visto después, en las urnas, donde están guardadas las cenizas de los dioses tutelares, al lado de [5] los retratos, sobre el escritorio de los hijos. ¡Sobrado galardón es este! ¡Qué bien están los libros muertos allí!... Por qué el arte no vive, si es estéril vanidad y exhibición burda y fugaz; pero es eterno, cuando es fragua calentada en todos los amores del corazón, cuando, hecha de dolor y de recuerdos, diseca una por una las tristezas del espíritu humano. ¡No haya miedo, hermanos míos; dejad esta síntesis a vuestros hijos, aunque no viva fuera nunca! Allí guardados, dentro de las cuatro paredes, donde han sido escritos, tienen la vida inmortal, a pesar de todos; y, cuando suenan las alegrías de íntimos festivales, siempre hay quien estira la mano a recogerlos. Yo he visto estas familias... En la noche del santo de los padres, se reúnen todos alrededor de la mesa con esos libros, que son a veces la única herencia... Los genios amables del hogar, con alas blancas y grandes, se ciernen en la atmósfera tibia y la vieja sobreviviente está sentada en la cabecera. Tiene en los ojos pensativos toda su historia de alma resignada y tranquila, mientras los mayores, con tez morena y ojos negros, leen en voz alta las páginas adorables... Pasa el alma del padre en los rasgos extraños y los arabescos y las curvas y los círculos y las líneas de las letras... [6] formando rayas pequeñas y grandes, separadas por blancos espacios, que van contando apresuradas, las unas después de las otras, las distintas estrofas, mientras su sombra melancólica vaga por los comedores, donde se sienten ruidos de besos cariñosos.
*
* *
Yo canto como el poeta y veo las líneas elocuentes de los objetos y escribo el alma de la naturaleza de mi comarca... y hay tinieblas y poemas de luz y temblores de corazones en sus páginas. Hay símbolos, porque ciertas horas juveniles de amor se parecen en todos los que han nacido, y más símbolos, porque está allí el pueblo, que tiene el gran espíritu sintético, la efigie deslumbradora y gloriosa, mezcla de artista, de filósofo y de gaucho indomable... ¡Oh Grecia, que tienes a Esquilo y al Partenón y has echado a las estrellas el perfil divino y eterno de la Venus celeste; diosas de las ondas del mar y de los bosques, que camináis el mundo antiguo, destilando perfumes salinos de algas y deliciosa ambrosía; observad este pueblo de poetas, que encuentra el himno a la belleza inmortal en la infinita y dilatada planicie de la pampa, [7] templo abierto de sus glorias, sepulcro de su ciclo heroico! Monta su potro alazán con cambiantes de terciopelo, la cabeza altísima, anhelando las fragancias exquisitas de los jardines silvestres. Tropieza adelante en el huracán bravío de la carrera y de noche vela -de los picachos, que blanquean en la negrura- la integridad del territorio, armado, con plumaje de cóndores en la renegrida cabeza, la daga brillante y el ojo redondo y oscuro del fusil...
*
* *
Yo canto como el poeta y veo las líneas elocuentes de los objetos y escribo el alma de la naturaleza de mi comarca... y hay tinieblas y poemas de luz y temblores de corazones en sus páginas. Hay símbolos, porque ciertas horas juveniles de amor se parecen en todos los que han nacido, y más símbolos, porque está allí el pueblo, que tiene el gran espíritu sintético, la efigie deslumbradora y gloriosa, mezcla de artista, de filósofo y de gaucho indomable... ¡Oh Grecia, que tienes a Esquilo y al Partenón y has echado a las estrellas el perfil divino y eterno de la Venus celeste; diosas de las ondas del mar y de los bosques, que camináis el mundo antiguo, destilando perfumes salinos de algas y deliciosa ambrosía; observad este pueblo de poetas, que encuentra el himno a la belleza inmortal en la infinita y dilatada planicie de la pampa, [7] templo abierto de sus glorias, sepulcro de su ciclo heroico! Monta su potro alazán con cambiantes de terciopelo, la cabeza altísima, anhelando las fragancias exquisitas de los jardines silvestres. Tropieza adelante en el huracán bravío de la carrera y de noche vela -de los picachos, que blanquean en la negrura- la integridad del territorio, armado, con plumaje de cóndores en la renegrida cabeza, la daga brillante y el ojo redondo y oscuro del fusil...
Libro extraño
-
Autor:
Francisco A. Sicardi
- Código del producto: 399
- Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Calificadores de LUGAR, Ficción y temas afines, Literatura: historia y crítica, América, Ficción: general y literaria
- Temática: Literatura: historia y crítica, Ficción moderna y contemporánea: general y literaria, Argentina
-
ISBN:
- 9788497703604 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano