ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
Verona. -Una plaza pública
Entran VALENTÍN y PROTEO
VALENTÍN. -Cesa de persuadirme, querido Proteo. La juventud casera tiene siempre gustos caseros. Si un respetable afecto no encadenase tus años mozos a las dulces miradas de tu honorable amada, más bien solicitaría tu compañía para contemplar, lejos de la patria, las maravillas del mundo, pues viviendo la hastiada monotonía del hogar, consumes tu juventud en ociosidades sin relieve. Pero puesto que amas, continúa amando, y sé tan feliz en tus amores como para mí deseo cuando ame a mi vez.
PROTEO. -¿De modo que te marchas? Pues ¡adiós!, querido Valentín. Piensa en tu amigo Proteo cuando encuentres algo extraordinario, digno de nota, en tu travesía. Tenme presente en los momentos de dicha, cuando todo vaya bien. Y en tus peligros, si te rodearan, encomienda tus infortunios a mis santas oraciones, pues seré tu rogador, Valentín.
VALENTÍN. -¿Y rogarás por mi éxito en un devocionario de amor?
PROTEO. -Rogaré por ti en cierto libro que amo.
VALENTÍN. -Sin duda, en alguna frívola historia de un amor profundo, en donde se cuente, por ejemplo, cómo el joven Leandro atravesó a nado el Helesponto.
PROTEO. -Que es la profunda historia de un sentimiento de los más profundos. ¡Como que Leandro se hundió por considerar el amor por encima de sus zapatos!
VALENTÍN. -Es verdad; pero tú has colocado las botas por encima del amor, y todavía no se sabe que pasarás a nado el Helesponto.
PROTEO. -¿Por encima de las botas? No me hagas, pues, que dé un bote.
VALENTÍN. -No, no lo deseo; he hecho por ti voto de compasión.
PROTEO. -¿Por qué?
VALENTÍN. -Por estar enamorado. Amar es comprar desprecios con lamentos; miradas de desdén con suspiros de dolor; es cambiar por un instante de placer veinte noches de ansiedades y desvelos. Si se triunfa, cara cuesta la victoria. Si se nos engaña, sólo conservaremos desastres. ¿Qué queda, pues, del amor? Una tontería conseguida a fuerza de ingenio o un ingenio vencido por la tontería o la locura.
PROTEO. -En resumen, que me crees loco porque estoy enamorado.
VALENTÍN. -En resumen, que si no estás loco lo estarás.
PROTEO. -Te burlas del amor, y yo no soy Amor.
VALENTÍN. -El amor es tu amo, pues te esclaviza, y quien sufre el yugo de un loco, no merece, a mi juicio, que se le tenga por cuerdo.
PROTEO. -Sin embargo, dicen los autores que el amor ardiente se encuentra en las inteligencias más privilegiadas, como el gusano roedor en los más lozanos capullos.
VALENTÍN. -Y también dicen que así como el gusano roe el capullo más precoz antes de abrirse, así el amor trastorna la inteligencia joven y apasionada. Marchita en flor, ve desaparecer su lozanía primaveral y, con ella, toda esperanza de un porvenir brillante. Pero en fin, ¿a qué perder tiempo en aconsejar a un esclavo de apetitos amorosos? Por última vez, adiós. Mi padre me espera en el puerto para presenciar mi embarco.
PROTEO. -Te voy a acompañar, Valentín.
VALENTÍN. -Querido Proteo, no. Despidámonos ahora. Escríbeme a Milán. Comunícame tus conquistas y cuanto ocurra por aquí mientras falta tu amigo, que también promete escribirte.
PROTEO. -¡Pues felicidades en Milán!
VALENTÍN. -¡Las mismas te deseo en casa! Conque ¡adiós! (Sale.)
PROTEO. -Él va en pos del honor, yo del amor. Abandona a sus amigos para hacerse más digno de ellos. Yo abandono por el amor a mis amigos, a mí mismo y a todo. ¡Tú, Julia, tú me has metamorfoseado! Por ti he descuidado mis estudios perdido mi tiempo, desatendido los buenos consejos: despreciado el mundo, debilitado con ilusiones mi inteligencia y enfermado mi corazón con inquietudes. (Entra RELÁMPAGO.)
ESCENA PRIMERA
Verona. -Una plaza pública
Entran VALENTÍN y PROTEO
VALENTÍN. -Cesa de persuadirme, querido Proteo. La juventud casera tiene siempre gustos caseros. Si un respetable afecto no encadenase tus años mozos a las dulces miradas de tu honorable amada, más bien solicitaría tu compañía para contemplar, lejos de la patria, las maravillas del mundo, pues viviendo la hastiada monotonía del hogar, consumes tu juventud en ociosidades sin relieve. Pero puesto que amas, continúa amando, y sé tan feliz en tus amores como para mí deseo cuando ame a mi vez.
PROTEO. -¿De modo que te marchas? Pues ¡adiós!, querido Valentín. Piensa en tu amigo Proteo cuando encuentres algo extraordinario, digno de nota, en tu travesía. Tenme presente en los momentos de dicha, cuando todo vaya bien. Y en tus peligros, si te rodearan, encomienda tus infortunios a mis santas oraciones, pues seré tu rogador, Valentín.
VALENTÍN. -¿Y rogarás por mi éxito en un devocionario de amor?
PROTEO. -Rogaré por ti en cierto libro que amo.
VALENTÍN. -Sin duda, en alguna frívola historia de un amor profundo, en donde se cuente, por ejemplo, cómo el joven Leandro atravesó a nado el Helesponto.
PROTEO. -Que es la profunda historia de un sentimiento de los más profundos. ¡Como que Leandro se hundió por considerar el amor por encima de sus zapatos!
VALENTÍN. -Es verdad; pero tú has colocado las botas por encima del amor, y todavía no se sabe que pasarás a nado el Helesponto.
PROTEO. -¿Por encima de las botas? No me hagas, pues, que dé un bote.
VALENTÍN. -No, no lo deseo; he hecho por ti voto de compasión.
PROTEO. -¿Por qué?
VALENTÍN. -Por estar enamorado. Amar es comprar desprecios con lamentos; miradas de desdén con suspiros de dolor; es cambiar por un instante de placer veinte noches de ansiedades y desvelos. Si se triunfa, cara cuesta la victoria. Si se nos engaña, sólo conservaremos desastres. ¿Qué queda, pues, del amor? Una tontería conseguida a fuerza de ingenio o un ingenio vencido por la tontería o la locura.
PROTEO. -En resumen, que me crees loco porque estoy enamorado.
VALENTÍN. -En resumen, que si no estás loco lo estarás.
PROTEO. -Te burlas del amor, y yo no soy Amor.
VALENTÍN. -El amor es tu amo, pues te esclaviza, y quien sufre el yugo de un loco, no merece, a mi juicio, que se le tenga por cuerdo.
PROTEO. -Sin embargo, dicen los autores que el amor ardiente se encuentra en las inteligencias más privilegiadas, como el gusano roedor en los más lozanos capullos.
VALENTÍN. -Y también dicen que así como el gusano roe el capullo más precoz antes de abrirse, así el amor trastorna la inteligencia joven y apasionada. Marchita en flor, ve desaparecer su lozanía primaveral y, con ella, toda esperanza de un porvenir brillante. Pero en fin, ¿a qué perder tiempo en aconsejar a un esclavo de apetitos amorosos? Por última vez, adiós. Mi padre me espera en el puerto para presenciar mi embarco.
PROTEO. -Te voy a acompañar, Valentín.
VALENTÍN. -Querido Proteo, no. Despidámonos ahora. Escríbeme a Milán. Comunícame tus conquistas y cuanto ocurra por aquí mientras falta tu amigo, que también promete escribirte.
PROTEO. -¡Pues felicidades en Milán!
VALENTÍN. -¡Las mismas te deseo en casa! Conque ¡adiós! (Sale.)
PROTEO. -Él va en pos del honor, yo del amor. Abandona a sus amigos para hacerse más digno de ellos. Yo abandono por el amor a mis amigos, a mí mismo y a todo. ¡Tú, Julia, tú me has metamorfoseado! Por ti he descuidado mis estudios perdido mi tiempo, desatendido los buenos consejos: despreciado el mundo, debilitado con ilusiones mi inteligencia y enfermado mi corazón con inquietudes. (Entra RELÁMPAGO.)
Los dos hidalgos de Verona
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Autor:
William Shakespeare
- Código del producto: 774
- Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Calificadores de LENGUA, Obras de teatro, textos teatrales, Lenguas indoeuropeas
- Temática: Obras de teatro, textos teatrales, Inglés
-
ISBN:
- 9788497704274 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano