Sale la DUDA, como trayendo por fuerza tras sí al LUCERO.
LUCERO ¿Adónde, Duda, me llevas?
DUDA No me admiro que te turbe,
siendo plenitud de ciencias
(que es lo mismo que querube)
en quien todavía es fuerza duren 5
reliquias de aquellas altas plenitudes,
ver que la duda te arrastre.
LUCERO Es verdad, porque yo pude
en aquella primer lid
en que comunero puse 10
los ejércitos en arma
de vicios y de virtudes,
perder gracia y hermosura;
la ciencia no, que la tuve
como dote natural 15
y así tras mí me la truje.
Conque, como has dicho, es fuerza que dude
ver que tú lugar en mi pecho ocupes,
siendo tú la Duda.
DUDA Pues
ya que una vez me introduje 20
en él, arrójame dél,
si de tan sabio presumes,
con responderme.
LUCERO Sí haré.
¿Qué me quieres?
DUDA Que me escuches.
¿Conoces aqueste monte 25
a cuya eminente cumbre
listada a volantes de sombras y luces,
de hebreo tocado se sirven las nubes?
LUCERO De siete montes en quien
quiso Jebús que se funde 30
la Salén, ciudad de Dios,
porque de dos nombres use
-Salén y Jebús- el que
Jebusalén la pronuncie,
éste es Calvario, a quien 35
en tradiciones comunes
dio este blasón del cadáver
de Adán la parte que ilustre
cupo, como a mayorazgo,
a Set; de donde se arguye 40
(por ser de su calavera
la tumba que le sepulte),
el ser Calvario su nombre.
DUDA Pues ése que a escalar sube
estrechando el viento con la pesadumbre 45
de sus verdes pompas los campos azules,
teatro hoy del mayor, más grave
espectáculo que esculpe
en los cuadernos del tiempo
del tiempo el veloz volumen, 50
de mi razón de dudar
motivó las inquietudes
tanto que aun cuando no fuera
yo aquella pasión que infunde
en los ánimos discordias 55
siempre que a elegir acude,
pues a dos partes afecta
a ninguna se reduce,
sino la tranquila paz
del ánimo, que no sufre 60
cuestiones en la elección,
dudara el pavor que incluye.
Mira cuál será para que la apures,
duda, que aun certeza te hiciera que dudes.
Abrán (que «padre excelso» 65
la frase hebrea traduce;
y si pronuncia Abrahán
«padre de la muchedumbre»),
después que por obediencia
de su Dios se destituye 70
de casa y patria y saliendo
de Ur, ciudad de Caldea huya
a tierra de Canán, donde
tan peregrino discurre
que el vulgo de sus ganados, 75
que valles y montes cubre,
en ajenos lindes es fuerza que busque
prado que la paste, redil que la oculte;
en Sara, su anciana esposa
(de cuyo nombre se induce 80
misterio también, pues Sara
sin más letra se construye
«dominatriz» o «señora»;
y como Sarra articulen
se añade al «señora» ser 85
«señora de los perfumes»,
siendo el buen olor la fama
que al cielo en aromas sube),
tuvo un hijo, a quien, temiendo
que su deseo la burle, 90
llamó Isaac, que decir quiere
«risa», como que la anuncie
ser risa del siglo que en sus senectudes
conciba cuando era tiempo que caduque.
Este, pues, hermoso infante 95
en sus jóvenes costumbres,
ejemplo creció de todas
sus iguales juventudes
tanto, que al culto de Dios
atento, sin que disculpe 100
que en sus juegos Ismael
de unos idolillos use,
no lo recató de Sara.
Y viendo cuánto deslustre
la esclava sangre de Agar 105
la noble que en su hijo luce,
le delató ante su padre,
que oyó apenas que le acuse
de idólatra cuando al punto
de sí y de su casa lo excluye, 110
porque aun en los padres, como Dios se injurie,
no ha de haber amor que la fe no frustre.
Dejemos que, desterrado
Ismael, hacer procure
en los montes de Farán 115
bando aparte, donde usurpen
en sucesivas edades
-que aun el tiempo no destruye-,
su culto a Dios, agarenas
y ismaelitas inquietudes; 120
y vamos a que creciendo
Isaac manso, afable y dulce
hasta cinco lustros casi
-pues veinte y cuatro años cumple-,
le manda Dios a Abrahán 125
que en ese seno lugubre
del Monte de la Visión
(nombre que se le atribuye
por una señal del fuego
con que el sitio le descubre), 130
se le sacrifique, siendo
cuando él mismo lo ejecute
su mano la misma que el acero empuñe,
encienda la arista y la leña junte.
Bien presumirás tú agora 135
que solamente se funde
mi duda -como primera
razón que al discurso ocurre-
en que cómo puede ser
que a Abrahán Dios asegure 140
que tanto su descendencia
se propague y se fecunde
que de estrellas y de arena
exceda las multitudes,
por una parte; y por otra 145
la sentencia le promulgue
de que muera el hijo, en quien
esta esperanza se anule,
siendo así que a Dios nada hay que le inmute
y siempre infalible su palabra cumple. 150
Pues no, no es esta la duda
que en mí dominante influye,
pues podrá con otros hijos
ver que esta falta le suple,
y aun con el mismo, que bien 155
cabe en su fe, cuando juzgue
aunque a una vida anochezca
el que a otra vida madrugue.
Tampoco es que, como padre,
ni replique ni se excuse 160
de ser él mismo el que haya
de cortar el disoluble
lazo de una vida que
tanto a la suya se une,
obligándose, después 165
que el monte de sangre inunde,
a asistir al holocausto
hasta que el fuego supure
el tierno cadáver que voraz consume
dejando que arda hasta que no ahúme. 170
Tampoco es que, caminando
tres días, no le pregunte
Isaac dónde va, hasta que
viendo el cuchillo y la lumbre:
«¿Qué es de la víctima -dice- 175
que sacrificar presumes?»
A que sólo le responde
(procurando disimulen
las canas el llanto, si es
que hay nieve que nieve enjugue): 180
«Dios proveerá». No es tampoco
que cuando claro le escuche
que él la víctima ha de ser,
ni se asombre ni se asuste,
ni se estremezca, sino 185
que a la voluntad se ajuste
tanto del padre que, prompto,
sin que apele ni repugne,
ni el puñal resista ni el fuego rehúse.
¡Oh misterio, cuánto descubres y encubres! 190
Y, asentado que obedezcan
iguales sus promptitudes
con tal fe que haya quien diga
que de la esperanza triunfe,
pasemos a una pequeña 195
circunstancia. No murmure
nadie, que a vista de tanto
sacro misterioso numen
una circunstancia me turbe y perturbe
tanto que ella sola mis sentidos ofusque. 200
Que obedezca Abrahán a Dios;
que Isaac a Abrahán no impugne,
vaya; que todo en la fe
cabe con que ambos acuden
a su obediencia, sin que 205
los motivos le disputen.
Que se prevenga Abrahán
(ya que a obedecer se ajuste)
de todos los ministerios
que al sacrificio consumen, 210
vaya también; pues llevar
el cuchillo acción es útil;
que aunque es verdad que en los montes
acero y hierro se funden,
no templadas las cuchillas 215
ni labradas las segures.
Que lleve al monte la llama
que prenda en la arista lumbre,
vaya; que el fuego en los montes
si no le encienden no luce. 220
Que se prevenga del lazo
con que las manos le añude,
porque en natural acción
el temor no le calumnie;
que en la defensa del cuello 225
la mano se le apresure,
vaya, que el cáñamo en yerba
las montañas le producen,
mas no hilado sin el torno
atormentado del yunque. 230
Que se prevenga de venda
que la luz del sol le anuble,
porque no muera de tantas
veces cuantas tema y dude;
que ya la caduca mano 235
el blanco acero desnude
y abandone la obediencia
muriendo a la pesadumbre,
vaya; que el monte no da
del lino la servidumbre 240
si el arte no se le trama
o el telar no se le urde.
Y así vengo en que el llevar consulte
la venda, el acero, el dogal y la lumbre.
Pero que lleve la leña 245
al monte que la produce,
afligiendo desde luego
con carga para él inútil
al joven, que fatigado
la intrincada senda sube 250
dando de ojos con el peso
del haz que en el hombro sufre
es circunstancia que más
que la esencia me confunde.
¿Leña al monte, donde apenas 255
llegue cuando le tributen
la menos cortés encina,
el menos noble acebuche
las cortezas que despiden
o las hojas que sacuden? 260
Y cuando robustos troncos
a su edad se dificulten,
¿faltan las brozas que, secas,
yela el aire, el agua pudre,
para llevar prevención 265
de aquello que cuando cruce
de una a otra parte el cansado
joven le haga que trasude
viendo que en el pie le hiera
lo que en el hombro le angustie? 270
Pues cuando quieran las manos
que el peso a la espalda ayuden,
el tropiezo de los pies
es fuerza que le disguste,
y pies y manos padezcan 275
de entrambas leñas las cruces.
Y pues esta circunstancia
es la que me constituye
duda y duda sospechosa,
siendo preciso resulte 280
contra la fe de Abrahán
haciendo que él crea y yo dude,
sáquenme de ella tus ciencias
porque sepa, porque apure,
porque vea, porque alcance, 285
porque inquiera, porque escuche,
ya que es todo visos, rasgos y vislumbres,
cuándo destas sombras llegarán las luces.
LUCERO Duda que, mil veces Duda,
tanto pavor introduces 290
en mí, tanto horror engendras
y tanto escándalo infundes
que no sé qué te responda,
no me atormentes ni angusties;
no me sobresaltes, no 295
me aflijas y me atribules,
que yo te doy por vencidas
todas mis ciencias si arguyes
de tu razón de dudar
las que en mi pecho concurren. 300
Padre que dé al sacrificio
el hijo; hijo que se ajuste
a la voluntad del padre;
tizón que abrase y no alumbre
cordel que las manos ate; 305
cendal que la vista turbe;
leña que al hombro le enferme
y que al pie le desahucie,
son tantas cosas que aun yo,
con ser yo, no hay cómo apure 310
sus misterios. Y así, Duda,
no te admire, no te asuste
que en mares de ansias, golfos de inquietudes
mi ingenio zozobre, mi saber fluctúe.
Lo que más puedo ¡ay de mí! 315
hacer (pues con cuanto supe
no supe lo venidero
si no es que lo conjeture),
es asistir hasta el fin
a ese horror, por si descubre 320
en alguna circunstancia
mi ciencia alguna vislumbre
que de algo me advierta.
LUCERO ¿Adónde, Duda, me llevas?
DUDA No me admiro que te turbe,
siendo plenitud de ciencias
(que es lo mismo que querube)
en quien todavía es fuerza duren 5
reliquias de aquellas altas plenitudes,
ver que la duda te arrastre.
LUCERO Es verdad, porque yo pude
en aquella primer lid
en que comunero puse 10
los ejércitos en arma
de vicios y de virtudes,
perder gracia y hermosura;
la ciencia no, que la tuve
como dote natural 15
y así tras mí me la truje.
Conque, como has dicho, es fuerza que dude
ver que tú lugar en mi pecho ocupes,
siendo tú la Duda.
DUDA Pues
ya que una vez me introduje 20
en él, arrójame dél,
si de tan sabio presumes,
con responderme.
LUCERO Sí haré.
¿Qué me quieres?
DUDA Que me escuches.
¿Conoces aqueste monte 25
a cuya eminente cumbre
listada a volantes de sombras y luces,
de hebreo tocado se sirven las nubes?
LUCERO De siete montes en quien
quiso Jebús que se funde 30
la Salén, ciudad de Dios,
porque de dos nombres use
-Salén y Jebús- el que
Jebusalén la pronuncie,
éste es Calvario, a quien 35
en tradiciones comunes
dio este blasón del cadáver
de Adán la parte que ilustre
cupo, como a mayorazgo,
a Set; de donde se arguye 40
(por ser de su calavera
la tumba que le sepulte),
el ser Calvario su nombre.
DUDA Pues ése que a escalar sube
estrechando el viento con la pesadumbre 45
de sus verdes pompas los campos azules,
teatro hoy del mayor, más grave
espectáculo que esculpe
en los cuadernos del tiempo
del tiempo el veloz volumen, 50
de mi razón de dudar
motivó las inquietudes
tanto que aun cuando no fuera
yo aquella pasión que infunde
en los ánimos discordias 55
siempre que a elegir acude,
pues a dos partes afecta
a ninguna se reduce,
sino la tranquila paz
del ánimo, que no sufre 60
cuestiones en la elección,
dudara el pavor que incluye.
Mira cuál será para que la apures,
duda, que aun certeza te hiciera que dudes.
Abrán (que «padre excelso» 65
la frase hebrea traduce;
y si pronuncia Abrahán
«padre de la muchedumbre»),
después que por obediencia
de su Dios se destituye 70
de casa y patria y saliendo
de Ur, ciudad de Caldea huya
a tierra de Canán, donde
tan peregrino discurre
que el vulgo de sus ganados, 75
que valles y montes cubre,
en ajenos lindes es fuerza que busque
prado que la paste, redil que la oculte;
en Sara, su anciana esposa
(de cuyo nombre se induce 80
misterio también, pues Sara
sin más letra se construye
«dominatriz» o «señora»;
y como Sarra articulen
se añade al «señora» ser 85
«señora de los perfumes»,
siendo el buen olor la fama
que al cielo en aromas sube),
tuvo un hijo, a quien, temiendo
que su deseo la burle, 90
llamó Isaac, que decir quiere
«risa», como que la anuncie
ser risa del siglo que en sus senectudes
conciba cuando era tiempo que caduque.
Este, pues, hermoso infante 95
en sus jóvenes costumbres,
ejemplo creció de todas
sus iguales juventudes
tanto, que al culto de Dios
atento, sin que disculpe 100
que en sus juegos Ismael
de unos idolillos use,
no lo recató de Sara.
Y viendo cuánto deslustre
la esclava sangre de Agar 105
la noble que en su hijo luce,
le delató ante su padre,
que oyó apenas que le acuse
de idólatra cuando al punto
de sí y de su casa lo excluye, 110
porque aun en los padres, como Dios se injurie,
no ha de haber amor que la fe no frustre.
Dejemos que, desterrado
Ismael, hacer procure
en los montes de Farán 115
bando aparte, donde usurpen
en sucesivas edades
-que aun el tiempo no destruye-,
su culto a Dios, agarenas
y ismaelitas inquietudes; 120
y vamos a que creciendo
Isaac manso, afable y dulce
hasta cinco lustros casi
-pues veinte y cuatro años cumple-,
le manda Dios a Abrahán 125
que en ese seno lugubre
del Monte de la Visión
(nombre que se le atribuye
por una señal del fuego
con que el sitio le descubre), 130
se le sacrifique, siendo
cuando él mismo lo ejecute
su mano la misma que el acero empuñe,
encienda la arista y la leña junte.
Bien presumirás tú agora 135
que solamente se funde
mi duda -como primera
razón que al discurso ocurre-
en que cómo puede ser
que a Abrahán Dios asegure 140
que tanto su descendencia
se propague y se fecunde
que de estrellas y de arena
exceda las multitudes,
por una parte; y por otra 145
la sentencia le promulgue
de que muera el hijo, en quien
esta esperanza se anule,
siendo así que a Dios nada hay que le inmute
y siempre infalible su palabra cumple. 150
Pues no, no es esta la duda
que en mí dominante influye,
pues podrá con otros hijos
ver que esta falta le suple,
y aun con el mismo, que bien 155
cabe en su fe, cuando juzgue
aunque a una vida anochezca
el que a otra vida madrugue.
Tampoco es que, como padre,
ni replique ni se excuse 160
de ser él mismo el que haya
de cortar el disoluble
lazo de una vida que
tanto a la suya se une,
obligándose, después 165
que el monte de sangre inunde,
a asistir al holocausto
hasta que el fuego supure
el tierno cadáver que voraz consume
dejando que arda hasta que no ahúme. 170
Tampoco es que, caminando
tres días, no le pregunte
Isaac dónde va, hasta que
viendo el cuchillo y la lumbre:
«¿Qué es de la víctima -dice- 175
que sacrificar presumes?»
A que sólo le responde
(procurando disimulen
las canas el llanto, si es
que hay nieve que nieve enjugue): 180
«Dios proveerá». No es tampoco
que cuando claro le escuche
que él la víctima ha de ser,
ni se asombre ni se asuste,
ni se estremezca, sino 185
que a la voluntad se ajuste
tanto del padre que, prompto,
sin que apele ni repugne,
ni el puñal resista ni el fuego rehúse.
¡Oh misterio, cuánto descubres y encubres! 190
Y, asentado que obedezcan
iguales sus promptitudes
con tal fe que haya quien diga
que de la esperanza triunfe,
pasemos a una pequeña 195
circunstancia. No murmure
nadie, que a vista de tanto
sacro misterioso numen
una circunstancia me turbe y perturbe
tanto que ella sola mis sentidos ofusque. 200
Que obedezca Abrahán a Dios;
que Isaac a Abrahán no impugne,
vaya; que todo en la fe
cabe con que ambos acuden
a su obediencia, sin que 205
los motivos le disputen.
Que se prevenga Abrahán
(ya que a obedecer se ajuste)
de todos los ministerios
que al sacrificio consumen, 210
vaya también; pues llevar
el cuchillo acción es útil;
que aunque es verdad que en los montes
acero y hierro se funden,
no templadas las cuchillas 215
ni labradas las segures.
Que lleve al monte la llama
que prenda en la arista lumbre,
vaya; que el fuego en los montes
si no le encienden no luce. 220
Que se prevenga del lazo
con que las manos le añude,
porque en natural acción
el temor no le calumnie;
que en la defensa del cuello 225
la mano se le apresure,
vaya, que el cáñamo en yerba
las montañas le producen,
mas no hilado sin el torno
atormentado del yunque. 230
Que se prevenga de venda
que la luz del sol le anuble,
porque no muera de tantas
veces cuantas tema y dude;
que ya la caduca mano 235
el blanco acero desnude
y abandone la obediencia
muriendo a la pesadumbre,
vaya; que el monte no da
del lino la servidumbre 240
si el arte no se le trama
o el telar no se le urde.
Y así vengo en que el llevar consulte
la venda, el acero, el dogal y la lumbre.
Pero que lleve la leña 245
al monte que la produce,
afligiendo desde luego
con carga para él inútil
al joven, que fatigado
la intrincada senda sube 250
dando de ojos con el peso
del haz que en el hombro sufre
es circunstancia que más
que la esencia me confunde.
¿Leña al monte, donde apenas 255
llegue cuando le tributen
la menos cortés encina,
el menos noble acebuche
las cortezas que despiden
o las hojas que sacuden? 260
Y cuando robustos troncos
a su edad se dificulten,
¿faltan las brozas que, secas,
yela el aire, el agua pudre,
para llevar prevención 265
de aquello que cuando cruce
de una a otra parte el cansado
joven le haga que trasude
viendo que en el pie le hiera
lo que en el hombro le angustie? 270
Pues cuando quieran las manos
que el peso a la espalda ayuden,
el tropiezo de los pies
es fuerza que le disguste,
y pies y manos padezcan 275
de entrambas leñas las cruces.
Y pues esta circunstancia
es la que me constituye
duda y duda sospechosa,
siendo preciso resulte 280
contra la fe de Abrahán
haciendo que él crea y yo dude,
sáquenme de ella tus ciencias
porque sepa, porque apure,
porque vea, porque alcance, 285
porque inquiera, porque escuche,
ya que es todo visos, rasgos y vislumbres,
cuándo destas sombras llegarán las luces.
LUCERO Duda que, mil veces Duda,
tanto pavor introduces 290
en mí, tanto horror engendras
y tanto escándalo infundes
que no sé qué te responda,
no me atormentes ni angusties;
no me sobresaltes, no 295
me aflijas y me atribules,
que yo te doy por vencidas
todas mis ciencias si arguyes
de tu razón de dudar
las que en mi pecho concurren. 300
Padre que dé al sacrificio
el hijo; hijo que se ajuste
a la voluntad del padre;
tizón que abrase y no alumbre
cordel que las manos ate; 305
cendal que la vista turbe;
leña que al hombro le enferme
y que al pie le desahucie,
son tantas cosas que aun yo,
con ser yo, no hay cómo apure 310
sus misterios. Y así, Duda,
no te admire, no te asuste
que en mares de ansias, golfos de inquietudes
mi ingenio zozobre, mi saber fluctúe.
Lo que más puedo ¡ay de mí! 315
hacer (pues con cuanto supe
no supe lo venidero
si no es que lo conjeture),
es asistir hasta el fin
a ese horror, por si descubre 320
en alguna circunstancia
mi ciencia alguna vislumbre
que de algo me advierta.
Primero y segundo Isaac
-
Autor:
Pedro Calderón De La Barca
- Código del producto: 357
- Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Obras de teatro, textos teatrales, Textos antiguos, clásicos y medievales
- Temática: Obras de teatro, textos teatrales, Textos antiguos, clásicos y medievales
-
ISBN:
- 9788497706315 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano