Marchaba el tren a todo vapor en una tarde serena y calurosa, por una de las líneas de la vía férrea del norte.
Ocupaba un departamento de primera un matrimonio con dos hijos de corta edad, uno de los cuales, el mayor, que era varón, daba muestras visibles de descontento; la niña dormía acurrucada en un ángulo del asiento, pero el ceño que conservaba su bello semblante también daba indicios de haberla sorprendido el sueño llorando, o por lo menos, malhumorada.
-No sé, Pepito, por qué habéis de estar tan disgustados, cuando a otros niños les gusta tanto el salir de Madrid, ver el mar, ver otros pueblos y nuevos objetos. En María, se comprende mejor porque es más chiquita, pero en ti que ya tienes once años no me lo explico -decía la madre.
-Es que yo no he llorado como María -contestó el que habían llamado Pepito.
-No faltaba más -replicó la señora.- ¿Y por qué habías de llorar? Harto mal hecho está el mostrarte tan apesadumbrado.
-Es que en Madrid nos divertíamos mucho y allí en el balneario nos fastidiaremos. Allí teníamos nuestros amigos, jugábamos todas las tardes en la plaza de Oriente, y si no salíamos, nos contaba cuentos la abuelita. Me gusta viajar pero echaré de menos todo eso que te he dicho.
-Los buenos niños -dijo el padre, interviniendo- nada echan de menos cuando están al lado de sus padres. Ya sabes que la dolencia que de algún tiempo a esta parte se ha apoderado de mí, sin ser grave, exige que tome baños de mar y así lo ha dispuesto el médico que me visita, hubiéramos podido dejaros con vuestra abuelita, que también os quiere mucho, pero no hemos querido privarnos de vuestra compañía. En el mundo, hijo mío, no estamos solamente para divertirnos, además que allí tampoco faltan diversiones.
-Ya me contó mi prima que las personas mayores tocan el piano, cantan y bailan, pero nosotros los pequeños...
-También es fácil que haya niños con quien jugar, y por sí no los hay, llevo yo cierto libro en mi maleta...
-¿Un libro de cuentos?
-Ciertamente.
-¡Cuán bueno es V., papá, no se olvida de nada!
En cuanto despertó María, le dijo Pepe:
-Mira, hermanita, papá tiene un libro de cuentos para que los leamos en la casa de baños.
-¿Serán tan bonitos como los de la abuelita? -preguntó la niña.
-Mucho más.
Más o menos bonitos -dijo el padre- debo advertir que no son de hadas, palacios encantados, gigantes, ni ninguna de esas tonterías que tanto os divierten. Escritos por una profesora de primera enseñanza, tienen más de históricos que de novelescos, de manera que en algunos solamente se ha cambiado o se ha omitido el nombre de las personas que en ellos intervinieron, o de las localidades en que acaecieron.
-De todos modos, si son cuentos, nos gustarán -repuso Pepe.
-Sí, sí, nos gustarán -repitió la niña.
Y disipado su mal humor, charlaron y rieron durante lo que restaba del trayecto.
Velada primera
A los dos días de permanecer en el balneario Pepito recordó a su padre lo del libro de cuentos, o por mejor decir, los cuentos del libro.
-A la noche los leerás -contestó el bañista.
-¡Ah! por supuesto -replicó el niño- de día paseamos y corremos. Ya me va gustando esto.
Llegada la noche, el elemento joven y bullicioso se reunió en el salón del piano, acompañado de las mamás de las señoritas, e improvisó un baile; la mayor parte de los hombres pasó a otra salita, donde estuvieron durante la vejada jugando al tresillo.
Ocupaba un departamento de primera un matrimonio con dos hijos de corta edad, uno de los cuales, el mayor, que era varón, daba muestras visibles de descontento; la niña dormía acurrucada en un ángulo del asiento, pero el ceño que conservaba su bello semblante también daba indicios de haberla sorprendido el sueño llorando, o por lo menos, malhumorada.
-No sé, Pepito, por qué habéis de estar tan disgustados, cuando a otros niños les gusta tanto el salir de Madrid, ver el mar, ver otros pueblos y nuevos objetos. En María, se comprende mejor porque es más chiquita, pero en ti que ya tienes once años no me lo explico -decía la madre.
-Es que yo no he llorado como María -contestó el que habían llamado Pepito.
-No faltaba más -replicó la señora.- ¿Y por qué habías de llorar? Harto mal hecho está el mostrarte tan apesadumbrado.
-Es que en Madrid nos divertíamos mucho y allí en el balneario nos fastidiaremos. Allí teníamos nuestros amigos, jugábamos todas las tardes en la plaza de Oriente, y si no salíamos, nos contaba cuentos la abuelita. Me gusta viajar pero echaré de menos todo eso que te he dicho.
-Los buenos niños -dijo el padre, interviniendo- nada echan de menos cuando están al lado de sus padres. Ya sabes que la dolencia que de algún tiempo a esta parte se ha apoderado de mí, sin ser grave, exige que tome baños de mar y así lo ha dispuesto el médico que me visita, hubiéramos podido dejaros con vuestra abuelita, que también os quiere mucho, pero no hemos querido privarnos de vuestra compañía. En el mundo, hijo mío, no estamos solamente para divertirnos, además que allí tampoco faltan diversiones.
-Ya me contó mi prima que las personas mayores tocan el piano, cantan y bailan, pero nosotros los pequeños...
-También es fácil que haya niños con quien jugar, y por sí no los hay, llevo yo cierto libro en mi maleta...
-¿Un libro de cuentos?
-Ciertamente.
-¡Cuán bueno es V., papá, no se olvida de nada!
En cuanto despertó María, le dijo Pepe:
-Mira, hermanita, papá tiene un libro de cuentos para que los leamos en la casa de baños.
-¿Serán tan bonitos como los de la abuelita? -preguntó la niña.
-Mucho más.
Más o menos bonitos -dijo el padre- debo advertir que no son de hadas, palacios encantados, gigantes, ni ninguna de esas tonterías que tanto os divierten. Escritos por una profesora de primera enseñanza, tienen más de históricos que de novelescos, de manera que en algunos solamente se ha cambiado o se ha omitido el nombre de las personas que en ellos intervinieron, o de las localidades en que acaecieron.
-De todos modos, si son cuentos, nos gustarán -repuso Pepe.
-Sí, sí, nos gustarán -repitió la niña.
Y disipado su mal humor, charlaron y rieron durante lo que restaba del trayecto.
Velada primera
A los dos días de permanecer en el balneario Pepito recordó a su padre lo del libro de cuentos, o por mejor decir, los cuentos del libro.
-A la noche los leerás -contestó el bañista.
-¡Ah! por supuesto -replicó el niño- de día paseamos y corremos. Ya me va gustando esto.
Llegada la noche, el elemento joven y bullicioso se reunió en el salón del piano, acompañado de las mamás de las señoritas, e improvisó un baile; la mayor parte de los hombres pasó a otra salita, donde estuvieron durante la vejada jugando al tresillo.
Noches de estio
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Autor:
Pilar Pascual De Sanjuán
- Código del producto: 520
- Colección: Clásicos de la literatura
- Categoría: adolescentes, adultos jóvenes, jóvenes, niños, juveniles, preadolescentes, de grado medio, Calificadores de INTERÉS, Ficción infantil / Ficción juvenil e historias reales, Edad/nivel de interés
- Temática: Edad de interés: a partir de 11 años, Ficción infantil / Ficción juvenil: cuentos tradicionales
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ISBN:
- 9788497706551 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano