LA MANO DE DIOS
CAPÍTULO PRIMERO
LA ACUSACIÓN
El señor d'Avrigny hizo que el magistrado, que parecía cadáver, recobrara en seguida el conocimiento.
-¡Ah! ¡La muerte se ha apoderado de mi casa! -dijo el señor de Villefort.
-Decid más bien el crimen -respondió el doctor.
-¡Señor d'Avrigny! -gritó Villefort-, no puedo expresar lo que pasa por mí en este instante, no sé si es miedo, pesar o locura.
-Sí, lo creo -respondió d'Avrigny con calma-, pero me parece que es tiempo de obrar, es tiempo de que opongamos un dique a ese torrente de mortalidad. En cuanto a mí, me siento incapaz de guardar por más tiempo este secreto, si no es con la esperanza de vengar muy pronto a la sociedad y a las víctimas.
Villefort lanzó en derredor suyo una mirada sombría y murmuró:
-En mi casa -murmuró-, en mi casa.
-Vamos, magistrado -dijo d'Avrigny-, sed hombre. Intérprete de la ley, honraos a vos mismo por medio de una inmolación completa.
-¡Me hacéis estremecer, doctor! ¿Una inmolación?
-Ya lo he dicho.
-¿Sospecháis, pues, que alguien...?
-No sospecho de nadie. La muerte llama a vuestra puerta y va, no ciega, sino inteligente, de cuarto en cuarto, escogiendo sus víctimas. Y bien, sigo sus pasos, adopto la prudencia de los antiguos. Busco por todas partes, porque mi cariño para vos y el respeto a vuestra familia es una doble venda que cubre mis ojos...
CAPÍTULO PRIMERO
LA ACUSACIÓN
El señor d'Avrigny hizo que el magistrado, que parecía cadáver, recobrara en seguida el conocimiento.
-¡Ah! ¡La muerte se ha apoderado de mi casa! -dijo el señor de Villefort.
-Decid más bien el crimen -respondió el doctor.
-¡Señor d'Avrigny! -gritó Villefort-, no puedo expresar lo que pasa por mí en este instante, no sé si es miedo, pesar o locura.
-Sí, lo creo -respondió d'Avrigny con calma-, pero me parece que es tiempo de obrar, es tiempo de que opongamos un dique a ese torrente de mortalidad. En cuanto a mí, me siento incapaz de guardar por más tiempo este secreto, si no es con la esperanza de vengar muy pronto a la sociedad y a las víctimas.
Villefort lanzó en derredor suyo una mirada sombría y murmuró:
-En mi casa -murmuró-, en mi casa.
-Vamos, magistrado -dijo d'Avrigny-, sed hombre. Intérprete de la ley, honraos a vos mismo por medio de una inmolación completa.
-¡Me hacéis estremecer, doctor! ¿Una inmolación?
-Ya lo he dicho.
-¿Sospecháis, pues, que alguien...?
-No sospecho de nadie. La muerte llama a vuestra puerta y va, no ciega, sino inteligente, de cuarto en cuarto, escogiendo sus víctimas. Y bien, sigo sus pasos, adopto la prudencia de los antiguos. Busco por todas partes, porque mi cariño para vos y el respeto a vuestra familia es una doble venda que cubre mis ojos...
El Conde de Montecristo Tomo III
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Autor:
Alejandro Dumas
- Código del producto: 6090
- Colección: Clásicos de la literatura
- Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Ficción y temas afines, Textos antiguos, clásicos y medievales, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción clásica: general y literaria, Textos antiguos, clásicos y medievales
-
ISBN:
- 9788496040427 - Papel (No disponible para la venta)
- Tamaño: 150 x 210 mm
- Páginas: 542
- Idioma: Español / Castellano
- Interior: