¡Qué infames eran los liberales de mi tiempo! En vez de conformarse a vivir pacífica y dulcemente gobernados por el paternal absolutismo que habíamos establecido, no cesaban en sus maquinaciones y viles proyectos, para derrocar las sabias leyes con que diariamente se atendía al sosiego del Reino y a hundir a todos los hombres eminentes que describí en la primera parte de mis Memorias.
¡Miserables, bullangueros! ¿Qué volcán os escupió de su pecho sulfúreo, qué infierno os vomitó, qué hidra venenosa os llevó en sus entrañas? No os contentabais con aullar en los presidios, clamando contra [4] nosotros y contra la augusta majestad soberana del mejor de los Reyes, sino que también, ¡oh, vileza!, agitasteis con nefandas conspiraciones la Península toda, amenazándonos con un nuevo triunfo de la aborrecida revolución. Después de insultarnos a todos los que componíamos aquel admirable conjunto y oligarquía poderosa, para mangonear en lo pequeño y lo grande, con el Reino en un puño y el Trono en otro, os atrevisteis a conjuraros con militares descontentos y paisanos inquietos para cambiar el Gobierno. ¡Trece veces, trece veces alzó su horrible cabeza y clavó en nosotros sus sanguinolentos ojos el monstruo de la revolución! Trece veces temblaron nuestras pobres carnes, cubriéndose del sudor de la congoja y susto que tales tentativas de desorden nos producían. Así es que, en medio de la privanza y regalo en que vivíamos, se nos podía ahorcar con un cabello, y al despertar cada mañana, nos preguntábamos si había llegado ya la hora de bajar del machito.
¡Trece veces, trece conspiraciones! Al ver tal insistencia y la endemoniada tenacidad de aquella gente, que al pie de los cadalsos donde expiraba una conjuración, comenzaba a tender los hilos de otra nueva, cualquiera hubiera creído que el despotismo era la peor cosa del mundo y que el afligido Reino no se consideraba con vida hasta no sacudírselo de encima. ¡Embrollones, farsantes, que así desdoraban una institución tan buena!
No quiero seguir adelante sin contar las abortadas conspiraciones que yo recuerdo:
1.ª Conspiración para asesinar a Elío y a La Bisbal (1814).- Fue una intriga misteriosa que unos atribuyeron a los masones y otros a la corte.
2.ª Conspiración de Cádiz (1814).- Tenía por objeto proclamar la Constitución del 12 y restablecer en el Trono a Carlos IV, que en sus buenos tiempos había dado pruebas de muy entendido en aquello del reinar y no gobernar.
3.ª Sublevación de Mina en Navarra (1814).- Abortó a los pocos días.
4.ª Conspiración del café de Levante en Madrid (1815).- Andaban en esto varios afrancesados. Dejáronse coger tontamente, y casi todos fueron condenados a presidio.
5.ª Conspiración de Porlier en la Coruña (1815).- Esto ya fue un poco más formal. Frustrose el plan y ahorcaron al Marquesito.
6.ª Conspiración de Richard 1 en Madrid (1815).- Fue misteriosa, grave, atrevida, y la condujeron con destreza sus autores, que eran lo más perdido de todo el Reino, un comisario de guerra y un sargento de [5] marina, un soldado y un fraile, diversa gente animada de brutales deseos. Los angelitos querían asesinar al mejor de los reyes durante su paseo a las Ventas del Espíritu Santo o en casa de Juana la Naranjera. La cabeza de Richard estuvo mucho tiempo clavada en un palo en la carretera de Aragón. Funcionó la horca, y algunos sufrieron un tormento muy simpático y persuasivo, que se llamaba los grillos a salto de trucha.
¡Miserables, bullangueros! ¿Qué volcán os escupió de su pecho sulfúreo, qué infierno os vomitó, qué hidra venenosa os llevó en sus entrañas? No os contentabais con aullar en los presidios, clamando contra [4] nosotros y contra la augusta majestad soberana del mejor de los Reyes, sino que también, ¡oh, vileza!, agitasteis con nefandas conspiraciones la Península toda, amenazándonos con un nuevo triunfo de la aborrecida revolución. Después de insultarnos a todos los que componíamos aquel admirable conjunto y oligarquía poderosa, para mangonear en lo pequeño y lo grande, con el Reino en un puño y el Trono en otro, os atrevisteis a conjuraros con militares descontentos y paisanos inquietos para cambiar el Gobierno. ¡Trece veces, trece veces alzó su horrible cabeza y clavó en nosotros sus sanguinolentos ojos el monstruo de la revolución! Trece veces temblaron nuestras pobres carnes, cubriéndose del sudor de la congoja y susto que tales tentativas de desorden nos producían. Así es que, en medio de la privanza y regalo en que vivíamos, se nos podía ahorcar con un cabello, y al despertar cada mañana, nos preguntábamos si había llegado ya la hora de bajar del machito.
¡Trece veces, trece conspiraciones! Al ver tal insistencia y la endemoniada tenacidad de aquella gente, que al pie de los cadalsos donde expiraba una conjuración, comenzaba a tender los hilos de otra nueva, cualquiera hubiera creído que el despotismo era la peor cosa del mundo y que el afligido Reino no se consideraba con vida hasta no sacudírselo de encima. ¡Embrollones, farsantes, que así desdoraban una institución tan buena!
No quiero seguir adelante sin contar las abortadas conspiraciones que yo recuerdo:
1.ª Conspiración para asesinar a Elío y a La Bisbal (1814).- Fue una intriga misteriosa que unos atribuyeron a los masones y otros a la corte.
2.ª Conspiración de Cádiz (1814).- Tenía por objeto proclamar la Constitución del 12 y restablecer en el Trono a Carlos IV, que en sus buenos tiempos había dado pruebas de muy entendido en aquello del reinar y no gobernar.
3.ª Sublevación de Mina en Navarra (1814).- Abortó a los pocos días.
4.ª Conspiración del café de Levante en Madrid (1815).- Andaban en esto varios afrancesados. Dejáronse coger tontamente, y casi todos fueron condenados a presidio.
5.ª Conspiración de Porlier en la Coruña (1815).- Esto ya fue un poco más formal. Frustrose el plan y ahorcaron al Marquesito.
6.ª Conspiración de Richard 1 en Madrid (1815).- Fue misteriosa, grave, atrevida, y la condujeron con destreza sus autores, que eran lo más perdido de todo el Reino, un comisario de guerra y un sargento de [5] marina, un soldado y un fraile, diversa gente animada de brutales deseos. Los angelitos querían asesinar al mejor de los reyes durante su paseo a las Ventas del Espíritu Santo o en casa de Juana la Naranjera. La cabeza de Richard estuvo mucho tiempo clavada en un palo en la carretera de Aragón. Funcionó la horca, y algunos sufrieron un tormento muy simpático y persuasivo, que se llamaba los grillos a salto de trucha.
La segunda casaca
-
Autor:
Benito Pérez Galdós
- Código del producto: 546
- Colección: Episodios Nacionales
- Categoría: Ficción y temas afines, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción clásica: general y literaria
-
ISBN:
- 9788497701334 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano