EL FANTASMA
Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponce traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingoroteada* y tremebunda* esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidente de Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentes, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.
Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban "por si acaso" desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.
Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma ?que era el alma de su marido, Nemesio Ponce, comisario de tablada- siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un "carcamán* sin conciencia", era el único que tenía corona como para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus "sorcismos"*.
-Las ánimas la persiguen porque ha de estar en pecado mortal ?sentenciaba Tula-. Confiésese, misia Jesusa, y con la "solución" y una buena penitencia, el diablo se irá a los infiernos y su fantasma no volverá a aparecer.
-¡Qué pecado mortal, ni qué solución, ni qué penitencia! ?clamó misia Jesusa en el colmo de la indignación-. Aunque pecadora, yo no he hecho nunca mal a nadie, y si el condenado me persigue será porque se le antoja y tiene licencia de Dios, no por culpa mía, que no soy peor que otras que se las echan de santas...
-Por algo han de ser las apariciones ?dijo Cenobia-. Puede ser que el difunto necesite misas para salir del purgatorio...
Muy colorada, como quien ha sentido que se le empezaba a quemar la cola, Jesusa se asió a la tabla que Cenobia le tendía:
Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponce traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingoroteada* y tremebunda* esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidente de Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentes, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.
Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban "por si acaso" desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.
Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma ?que era el alma de su marido, Nemesio Ponce, comisario de tablada- siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un "carcamán* sin conciencia", era el único que tenía corona como para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus "sorcismos"*.
-Las ánimas la persiguen porque ha de estar en pecado mortal ?sentenciaba Tula-. Confiésese, misia Jesusa, y con la "solución" y una buena penitencia, el diablo se irá a los infiernos y su fantasma no volverá a aparecer.
-¡Qué pecado mortal, ni qué solución, ni qué penitencia! ?clamó misia Jesusa en el colmo de la indignación-. Aunque pecadora, yo no he hecho nunca mal a nadie, y si el condenado me persigue será porque se le antoja y tiene licencia de Dios, no por culpa mía, que no soy peor que otras que se las echan de santas...
-Por algo han de ser las apariciones ?dijo Cenobia-. Puede ser que el difunto necesite misas para salir del purgatorio...
Muy colorada, como quien ha sentido que se le empezaba a quemar la cola, Jesusa se asió a la tabla que Cenobia le tendía:
Los nuevos cuentos Pago Chico
-
Autor:
Roberto J. Payro
- Código del producto: 781
- Categoría: Calificadores de LUGAR, Ficción y temas afines, América, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción moderna y contemporánea: general y literaria, Argentina
-
ISBN:
- 9788497703895 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano