Los hechos que me dispongo, a narrarles a mis jóvenes lectores tuvieron lugar en 1647. Si consultan la historia de Inglaterra en esa fecha, descubrirán que el rey Carlos I, contra quien se habían rebelado los Comunes de Inglaterra, había sido vencido después de una guerra civil de casi cinco años y confinado como prisionero en Hampton Court. Los realistas -o sea el partido que combatiera por el rey Carlos- habían sido dispersados, y el ejército del parlamento, bajo las órdenes de Cromwell, estaba empezando a dominar a los Comunes.
Fue en noviembre de ese año cuando el rey Carlos, acompañado por sir John Berkely, Ashburnham y Legg, huyó de Hampton Court y sus caballos lo llevaron a toda velocidad hacia la región del Hampshire que conduce al Bosque Nuevo. El rey confiaba en que sus amigos le tuviesen preparado un navío en que escapar a Francia, pero, en cuanto a esto, sufrió una decepción. Ningún navío estaba pronto, y después de haber vagado durante algún tiempo por la costa, resolvió ir a Titchfield, una finca del conde de Southampton. Después de largas consultas con sus acompañantes, siguió su consejo, que era confiar en el coronel Hammond, entonces gobernador de la isla de Wight en nombre del parlamento, pero a quien se presumía íntimamente realista. Sean cuales fueren les sentimientos de piedad del coronel Hammond para con un rey en situación tan infortunada, se mostró firme en sus deberes para con sus amos, y la consecuencia fue que el rey Carlos volvió a quedar prisionero en el castillo de Carisbrook.
Pero ahora debemos abandonar al rey y buscar los orígenes de esta historia en el comienzo de la guerra civil. A poca distancia del pueblo de Lymington, que no está muy lejos de Titchfield, donde se refugiara el rey, pero del otro lado del lago, Southampton y al sur del Bosque Nuevo, con el cual linda, existía una finca llamada Arnwood, perteneciente al realista Beverley. Se trataba entonces de una propiedad de considerable valor, muy vasta y con un parque adornado por valiosos árboles: porque terminaba en el Bosque Nuevo y podía considerarse una prolongación de éste. Este coronel Beverley como debernos llamarlo, porque había ascendido a esa categoría en el ejército del rey, era un estimado amigo y compañero de armas del príncipe Ruperto y tenía bajo su mando varios escuadrones de caballería. Estaba siempre junto a este valeroso príncipe cuando éste lanzaba sus brillantes cargas, y finalmente murió en sus brazos en la batalla de Naseby. El coronel Beverley se había emparentado, al casarse, con la familia de los Villiers, y el fruto de su matrimonio fueron dos hijos y dos hijas; pero su celo y sentido del deber lo habían inducido, al empezar la guerra a abandonar a su esposa y familia en Arnwood y estaba predestinado a no volver a verlos. La noticia de su muerte le causó tal efecto a la señora Beverley, agotada ya por la ansiedad que le inspiraba la suerte de su marido, que a los pocos meses lo siguió a la tumba tempranamente, dejando a sus cuatro hijos a cargo de una anciana pariente, hasta que la familia de los Villiers pudiese protegerlos; pero, como se verá por esta historia, esto era imposible en ese período. A tiempo de comenzar nuestro relato, peligraban las vidas del rey y de muchas otras personas, y los huérfanos se quedaron en Arnwood, siempre a cargo de su anciana pariente.
El Bosque Nuevo, como quizá lo sepan mis lectores, fue cercado inicialmente por Guillermo el Conquistador como bosque real para su diversión, porque en esos tiempos la mayoría de las testas coronadas, amaban apasionadamente la caza, y quizá recuerden también que su sucesor, Guillermo el Rojo, encontró la muerte en ese bosque por culpa de una flecha desviada de sir Walter Tyrrell. Desde entonces, ese bosque siguió siendo un dominio real. En el período a que nos referimos, había allí un puesto de guardabosques y cuidadores encargados de vigilar a los cazadores furtivos, que comprendía a unos cuarenta o cincuenta hombres, pagados por la corona. Al empezar la guerra civil, todos ellos permanecieron en sus puestos, pero no tardaron en descubrir, dada la organización del país, que ya no podían cobrar sus sueldos. Y entonces, cuando el rey hubo resuelto reclutar un ejército, Beverley, que tenía un cargo superior allí, enroló a todos los hombres jóvenes y atléticos empleados en el bosque y se los llevó consigo para unirse al ejército del rey. Quedaron unos pocos, cuyos servicios carecían de valor a causa de su edad, y entre ellos figuraba un viejo y fiel criado de Beverley, un hombre de más de sesenta años de edad que se llamaba Jacobo Armitage y que había obtenido aquel empleo merced al coronel. Los que se quedaron en el bosque se instalaron en cabañas separadas por muchos kilómetros de distancia y se compensaren sus sueldos impagos matando a los ciervos y vendiendo su carne o consumiéndola personalmente.
Fue en noviembre de ese año cuando el rey Carlos, acompañado por sir John Berkely, Ashburnham y Legg, huyó de Hampton Court y sus caballos lo llevaron a toda velocidad hacia la región del Hampshire que conduce al Bosque Nuevo. El rey confiaba en que sus amigos le tuviesen preparado un navío en que escapar a Francia, pero, en cuanto a esto, sufrió una decepción. Ningún navío estaba pronto, y después de haber vagado durante algún tiempo por la costa, resolvió ir a Titchfield, una finca del conde de Southampton. Después de largas consultas con sus acompañantes, siguió su consejo, que era confiar en el coronel Hammond, entonces gobernador de la isla de Wight en nombre del parlamento, pero a quien se presumía íntimamente realista. Sean cuales fueren les sentimientos de piedad del coronel Hammond para con un rey en situación tan infortunada, se mostró firme en sus deberes para con sus amos, y la consecuencia fue que el rey Carlos volvió a quedar prisionero en el castillo de Carisbrook.
Pero ahora debemos abandonar al rey y buscar los orígenes de esta historia en el comienzo de la guerra civil. A poca distancia del pueblo de Lymington, que no está muy lejos de Titchfield, donde se refugiara el rey, pero del otro lado del lago, Southampton y al sur del Bosque Nuevo, con el cual linda, existía una finca llamada Arnwood, perteneciente al realista Beverley. Se trataba entonces de una propiedad de considerable valor, muy vasta y con un parque adornado por valiosos árboles: porque terminaba en el Bosque Nuevo y podía considerarse una prolongación de éste. Este coronel Beverley como debernos llamarlo, porque había ascendido a esa categoría en el ejército del rey, era un estimado amigo y compañero de armas del príncipe Ruperto y tenía bajo su mando varios escuadrones de caballería. Estaba siempre junto a este valeroso príncipe cuando éste lanzaba sus brillantes cargas, y finalmente murió en sus brazos en la batalla de Naseby. El coronel Beverley se había emparentado, al casarse, con la familia de los Villiers, y el fruto de su matrimonio fueron dos hijos y dos hijas; pero su celo y sentido del deber lo habían inducido, al empezar la guerra a abandonar a su esposa y familia en Arnwood y estaba predestinado a no volver a verlos. La noticia de su muerte le causó tal efecto a la señora Beverley, agotada ya por la ansiedad que le inspiraba la suerte de su marido, que a los pocos meses lo siguió a la tumba tempranamente, dejando a sus cuatro hijos a cargo de una anciana pariente, hasta que la familia de los Villiers pudiese protegerlos; pero, como se verá por esta historia, esto era imposible en ese período. A tiempo de comenzar nuestro relato, peligraban las vidas del rey y de muchas otras personas, y los huérfanos se quedaron en Arnwood, siempre a cargo de su anciana pariente.
El Bosque Nuevo, como quizá lo sepan mis lectores, fue cercado inicialmente por Guillermo el Conquistador como bosque real para su diversión, porque en esos tiempos la mayoría de las testas coronadas, amaban apasionadamente la caza, y quizá recuerden también que su sucesor, Guillermo el Rojo, encontró la muerte en ese bosque por culpa de una flecha desviada de sir Walter Tyrrell. Desde entonces, ese bosque siguió siendo un dominio real. En el período a que nos referimos, había allí un puesto de guardabosques y cuidadores encargados de vigilar a los cazadores furtivos, que comprendía a unos cuarenta o cincuenta hombres, pagados por la corona. Al empezar la guerra civil, todos ellos permanecieron en sus puestos, pero no tardaron en descubrir, dada la organización del país, que ya no podían cobrar sus sueldos. Y entonces, cuando el rey hubo resuelto reclutar un ejército, Beverley, que tenía un cargo superior allí, enroló a todos los hombres jóvenes y atléticos empleados en el bosque y se los llevó consigo para unirse al ejército del rey. Quedaron unos pocos, cuyos servicios carecían de valor a causa de su edad, y entre ellos figuraba un viejo y fiel criado de Beverley, un hombre de más de sesenta años de edad que se llamaba Jacobo Armitage y que había obtenido aquel empleo merced al coronel. Los que se quedaron en el bosque se instalaron en cabañas separadas por muchos kilómetros de distancia y se compensaren sus sueldos impagos matando a los ciervos y vendiendo su carne o consumiéndola personalmente.
Los cautivos del bosque
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Autor:
Frederick Marryat
- Código del producto: 776
- Categoría: Calificadores de LENGUA, Ficción y temas afines, Lenguas indoeuropeas, Ficción: general y literaria
- Temática: Ficción moderna y contemporánea: general y literaria, Inglés
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ISBN:
- 9788497701228 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano