Se presenta esta noche ante ustedes, señoras y señores, un crítico de arte español. Y lo hace, no precisamente en aquella forma o actitud que acostumbra a representarse en la figura del severo Aristarco, símbolo de la atufada pedantería, sino, como es natural, en otra mas humana, que es la suya de siempre, en él congénita: la de la llana y sincera modestia, que comienza su discurso en esta noche pidiendo lo que más necesita: indulgencia. Y la necesita en este momento mas que en ningún otro, en primer lugar, porque es mas hombre de pluma que de palabra oral y todos sabéis la enorme diferencia que va de un instrumento de expresión a otro, de un arte a otro arte de la palabra; y, luego, porque llega de un país por el que corre desatado el monstruo de la guerra y en el fondo de su propio espíritu permanecen grabadas de manera indeleble tantas escenas de horror... ¿Cómo, pues, teniendo el animo atribulado, rebosante de patriótica congoja, podrá discurrir con aquella ilusión semi-lírica, con aquella fruición serena, con aquella frívola objetividad, que la buena crítica de arte postula, puesto que esta compleja disciplina es de aquellas que sólo siembran bien la simiente de sus futuras cosechas en campos largamente preparados para el cultivo de los ocios más nobles? No pido, pues, indulgencia por razones de coquetería retórica, sino por una real y verdadera necesidad de mi espíritu; y como de antiguo conozco vuestra exquisita cortesía -y una prueba de ello es el que yo me halle ahora en este lugar sin saber cómo agradecer tan alta distinción a vuestro Gobierno y en particular a vuestro Presidente, el ilustre General Cárdenas-; como conozco vuestra cortesía no dudo un solo instante que he de obtener de antemano y con creces lo que innecesariamente sin duda, me he adelantado a pediros.
Fortalecido con tal confianza, comienzo, pues, esta noche a desarrollar mi tema:
Mas tal vez no sea completamente ocioso explicar, antes de entrar en materia, la razón o razones en virtud de las cuales he elegido este tema para establecer mi primer contacto con un público mejicano. Acaso pudieran suponer quienes conozcan mi obra que lo he entresacado, entre otros varios que pudiera desarrollar inmediatamente, por pura y simple comodidad, es decir, por una cierta holgazanería o flojera de espíritu que inclina siempre a seguir el camino de menor resistencia y de mínimo esfuerzo, pues yo he escrito y tengo publicado un libro sobre Goya y llevo entregados a la estampa tantos artículos y ensayos acerca de este pintor español, que, de haber desobedecido a mi habitual negligencia en este orden de cosas, recogidos todos en un haz, bien pudieran representar una obra compuesta de varios volúmenes de regulares dimensiones. Pero no ha sido, por ventura, este bajo y mezquino motivo el que ha determinado mi elección. Ha sido, pues, otro bien distinto y de índole mas valiosa. La verdad es que, al llegar yo a tierra mejicana, no tenía ningún propósito de tratar en mis conferencias de Goya ni de su arte. Mas, al poco de pisarla, me he sentido envuelto en una como enorme oleada de belleza de carácter, de belleza de forma y de color, de belleza natural y artística, de belleza delicada y dramática, de belleza popular e íntimamente aristocrática; y ello en forma tal, que me sorprendí a mí mismo pensando en Goya, pues los caracteres, las calidades estéticas de sus obras son parecidos a las que brotan naturalmente de la sociedad y la tierra mejicana. Me apresuré, pues, de una manera intuitiva, a calificar vuestra belleza, la belleza mejicana, de belleza goyesca. Y ahora, cuando ha pasado ya algún tiempo, y más la observo y más serenamente la contemplo, ya sin la sorpresa de la primera impresión, más se afirma en mi espíritu la significación precisa de este calificativo. Me hablaban gentes de gusto y sensibilidad que conocían vuestra patria, de una cierta semejanza existente entre la belleza de vuestro país y la que expresó el pintor Pablo Gauguin en sus pinturas de las islas afortunadas de los mares del Sur; y yo, que soy dócil a ciertas sugestiones, alcancé las lindes de Méjico propenso a ver por todas partes bellezas, mágicas y encendidas, de tipo «gaugueniano». Y no es que yo no vea por aquí cantidad considerable de tan noble y misterioso tipo de belleza; pero, a mi juicio, es bien poca cosa si se compara con aquel conjunto de calidades y valores estéticos que yo quiero significar con el vocablo goyesco. No he de hacer en este momento una definición escolástica del mismo. ¡Líbreme Dios de intentarlo siquiera, porque contiene tantos sentidos a la vez, que sólo por un procedimiento enumerativo podría acaso hacer alguna luz en el contenido emotivo y conceptual de esas tres sílabas sonoras! Y sería aún mejor acaso expresarlo por medio de la proyección de imagines representativas de tales valores, como lo haremos en el curso de estas conferencias, porque el arte y sus calidades y circunstancias entran por los ojos y son estos quienes en ese campo deciden principalmente.
Fortalecido con tal confianza, comienzo, pues, esta noche a desarrollar mi tema:
Mas tal vez no sea completamente ocioso explicar, antes de entrar en materia, la razón o razones en virtud de las cuales he elegido este tema para establecer mi primer contacto con un público mejicano. Acaso pudieran suponer quienes conozcan mi obra que lo he entresacado, entre otros varios que pudiera desarrollar inmediatamente, por pura y simple comodidad, es decir, por una cierta holgazanería o flojera de espíritu que inclina siempre a seguir el camino de menor resistencia y de mínimo esfuerzo, pues yo he escrito y tengo publicado un libro sobre Goya y llevo entregados a la estampa tantos artículos y ensayos acerca de este pintor español, que, de haber desobedecido a mi habitual negligencia en este orden de cosas, recogidos todos en un haz, bien pudieran representar una obra compuesta de varios volúmenes de regulares dimensiones. Pero no ha sido, por ventura, este bajo y mezquino motivo el que ha determinado mi elección. Ha sido, pues, otro bien distinto y de índole mas valiosa. La verdad es que, al llegar yo a tierra mejicana, no tenía ningún propósito de tratar en mis conferencias de Goya ni de su arte. Mas, al poco de pisarla, me he sentido envuelto en una como enorme oleada de belleza de carácter, de belleza de forma y de color, de belleza natural y artística, de belleza delicada y dramática, de belleza popular e íntimamente aristocrática; y ello en forma tal, que me sorprendí a mí mismo pensando en Goya, pues los caracteres, las calidades estéticas de sus obras son parecidos a las que brotan naturalmente de la sociedad y la tierra mejicana. Me apresuré, pues, de una manera intuitiva, a calificar vuestra belleza, la belleza mejicana, de belleza goyesca. Y ahora, cuando ha pasado ya algún tiempo, y más la observo y más serenamente la contemplo, ya sin la sorpresa de la primera impresión, más se afirma en mi espíritu la significación precisa de este calificativo. Me hablaban gentes de gusto y sensibilidad que conocían vuestra patria, de una cierta semejanza existente entre la belleza de vuestro país y la que expresó el pintor Pablo Gauguin en sus pinturas de las islas afortunadas de los mares del Sur; y yo, que soy dócil a ciertas sugestiones, alcancé las lindes de Méjico propenso a ver por todas partes bellezas, mágicas y encendidas, de tipo «gaugueniano». Y no es que yo no vea por aquí cantidad considerable de tan noble y misterioso tipo de belleza; pero, a mi juicio, es bien poca cosa si se compara con aquel conjunto de calidades y valores estéticos que yo quiero significar con el vocablo goyesco. No he de hacer en este momento una definición escolástica del mismo. ¡Líbreme Dios de intentarlo siquiera, porque contiene tantos sentidos a la vez, que sólo por un procedimiento enumerativo podría acaso hacer alguna luz en el contenido emotivo y conceptual de esas tres sílabas sonoras! Y sería aún mejor acaso expresarlo por medio de la proyección de imagines representativas de tales valores, como lo haremos en el curso de estas conferencias, porque el arte y sus calidades y circunstancias entran por los ojos y son estos quienes en ese campo deciden principalmente.
El mundo histórico y poético de Goya
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Autor:
Juan De La Encina
- Código del producto: 539
- Categoría: Artes, Biografías, literatura y estudios literarios, Artes: formas de expresión artística, Poesía, Textos antiguos, clásicos y medievales
- Temática: Antologías poéticas (varios poetas), Pintura, técnica de pintura, Textos antiguos, clásicos y medievales
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ISBN:
- 9788497700337 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano