Cuando en la juventud se ha sabido reflexionar, y hasta cavilar como los viejos, suele encontrarse en la vejez la compensación de un espíritu siempre joven. Respecto del ideal y respecto de la poesía, hay hombres cigarras y hombres hormigas; el que desde joven sacrifica algo de la primavera a la vida fuera del tiempo, guarda allá para el invierno algo de la primavera ahorrada; lo más puro de ella, su hermosura ideal. Nada más repugnante que un viejo verde según la carne, y nada más interesante que un viejo verde según el espíritu. Cuando el joven es pensador, de viejo encuentra que en él, como decía el solitario de Ginebra, Amiel, lo eterno, ha sacado provecho de los destrozos causados por el tiempo.
Nuestra literatura actual (y acaso algo semejante, aunque no sin muchas más excepciones, se pudiera decir de la literatura europea en conjunto), vive principalmente de la savia intelectual de algunos viejos verdes . Entre estos se distingue, como uno de los más dignos de estudio, D. Ramón de Campoamor, que todavía tiene ánimos para reimprimir, corrigiéndola y aumentándola, aquella Poética suya en la que, más que otra cosa, debe verse el derecho de todo soberano a acuñar moneda que corra, estampando en ella su retrato. Este derecho, signo de soberanía del ingenio, a poner en circulación moneda estética, leyes o reglas del arte con el busto del autor, es decir, sacadas del estudio... de las propias obras, lejos de ser perjudicial, ha traído a la riqueza literaria grandes caudales; y bien pudiera decirse que, fuera de las grandes obras capitales de los Aristóteles, los Hegel y otros pocos, lo mejor de la filosofía del arte, con aplicación a la literatura, se debe a los poetas. Es incalculable lo que en Goëthe debe el crítico al poeta; la Introducción a la estética, de Juan Pablo, es uno de los libros en que mejor se demuestra que la libertad del subjetivismo, cuando la emplea un gran espíritu, no daña al vigor didáctico, sino que fecunda la reflexión con adivinaciones de lo verdadero. No quiere decir esto que la ciencia de lo bello y de su arte no deba seguir su camino por el método y con la independencia de todo conocimiento que aspire a cierto y sistemático; pero también es verdad que hay que oír a todos; y lo que dice el poeta de su arte es un dato, aunque no el único.
Campoamor ha sido el primer poeta español de nuestros días que se ha hecho acompañar siempre, o casi siempre, de un crítico, que era él mismo. Esto, que fuera de España es tan frecuente, y que es tan natural en un siglo como el nuestro, en España era cosa nueva, y en rigor se puede decir que sólo Campoamor se parece aquí a tantos y tantos poetas extranjeros que además son pensadores, más o menos eruditos, críticos a su modo. Muy ardua es la cuestión de aclarar si esta doble vista de la inspiración moderna indica decadencia; si es o no preferible la espontaneidad en que predomina lo inconsciente, a esta otra en que la reflexión y hasta la ciencia ayudan a la creación artística, como lo que llamamos nuestra libertad ayuda un poco al resultado de los actos; no hay ahora tiempo, ni espacio aquí, para profundizar tal materia; y como yo no había de probar mi opinión por el momento, apenas me atrevo a indicarla, diciendo que, en mi sentir, a la belleza jamás le perjudica tener un espejo. De todas suertes, las cosas van así, y es natural que así vayan; y si la mayor parte de nuestros poetas son personas de escasa instrucción y de poco fondo como pensadores, no ganan con estas deficiencias gran cosa en lo de ser espontáneos, y pierden mucho por otros conceptos.
Pues Campoamor desde muy temprano comenzó la obra de la interpretación auténtica de su propia poesía. No sólo inventó la dolora, sino que la llevó a bautizar, y después la inscribió en el registro de la propiedad, ni más ni menos que si la tal Dolora fuese una mina denunciada por él en las ricas montañas de nuestra querida Asturias. En el comentario perpetuo con que D. Ramón acompaña, adelantándose a la posteridad, sus versos, no dudo que habrá no poco de capricho, pero también sustenta a veces teorías que, aun en forma de salidas o humoradas, merecen meditarse.
Nuestra literatura actual (y acaso algo semejante, aunque no sin muchas más excepciones, se pudiera decir de la literatura europea en conjunto), vive principalmente de la savia intelectual de algunos viejos verdes . Entre estos se distingue, como uno de los más dignos de estudio, D. Ramón de Campoamor, que todavía tiene ánimos para reimprimir, corrigiéndola y aumentándola, aquella Poética suya en la que, más que otra cosa, debe verse el derecho de todo soberano a acuñar moneda que corra, estampando en ella su retrato. Este derecho, signo de soberanía del ingenio, a poner en circulación moneda estética, leyes o reglas del arte con el busto del autor, es decir, sacadas del estudio... de las propias obras, lejos de ser perjudicial, ha traído a la riqueza literaria grandes caudales; y bien pudiera decirse que, fuera de las grandes obras capitales de los Aristóteles, los Hegel y otros pocos, lo mejor de la filosofía del arte, con aplicación a la literatura, se debe a los poetas. Es incalculable lo que en Goëthe debe el crítico al poeta; la Introducción a la estética, de Juan Pablo, es uno de los libros en que mejor se demuestra que la libertad del subjetivismo, cuando la emplea un gran espíritu, no daña al vigor didáctico, sino que fecunda la reflexión con adivinaciones de lo verdadero. No quiere decir esto que la ciencia de lo bello y de su arte no deba seguir su camino por el método y con la independencia de todo conocimiento que aspire a cierto y sistemático; pero también es verdad que hay que oír a todos; y lo que dice el poeta de su arte es un dato, aunque no el único.
Campoamor ha sido el primer poeta español de nuestros días que se ha hecho acompañar siempre, o casi siempre, de un crítico, que era él mismo. Esto, que fuera de España es tan frecuente, y que es tan natural en un siglo como el nuestro, en España era cosa nueva, y en rigor se puede decir que sólo Campoamor se parece aquí a tantos y tantos poetas extranjeros que además son pensadores, más o menos eruditos, críticos a su modo. Muy ardua es la cuestión de aclarar si esta doble vista de la inspiración moderna indica decadencia; si es o no preferible la espontaneidad en que predomina lo inconsciente, a esta otra en que la reflexión y hasta la ciencia ayudan a la creación artística, como lo que llamamos nuestra libertad ayuda un poco al resultado de los actos; no hay ahora tiempo, ni espacio aquí, para profundizar tal materia; y como yo no había de probar mi opinión por el momento, apenas me atrevo a indicarla, diciendo que, en mi sentir, a la belleza jamás le perjudica tener un espejo. De todas suertes, las cosas van así, y es natural que así vayan; y si la mayor parte de nuestros poetas son personas de escasa instrucción y de poco fondo como pensadores, no ganan con estas deficiencias gran cosa en lo de ser espontáneos, y pierden mucho por otros conceptos.
Pues Campoamor desde muy temprano comenzó la obra de la interpretación auténtica de su propia poesía. No sólo inventó la dolora, sino que la llevó a bautizar, y después la inscribió en el registro de la propiedad, ni más ni menos que si la tal Dolora fuese una mina denunciada por él en las ricas montañas de nuestra querida Asturias. En el comentario perpetuo con que D. Ramón acompaña, adelantándose a la posteridad, sus versos, no dudo que habrá no poco de capricho, pero también sustenta a veces teorías que, aun en forma de salidas o humoradas, merecen meditarse.
Museum (Mi revista)
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Autor:
Leopoldo Alas Clarín
- Código del producto: 348
- Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Textos antiguos, clásicos y medievales
- Temática: Textos antiguos, clásicos y medievales
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ISBN:
- 9788497705677 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano