Epílogo que sirve de prólogo
Mucho tiempo después de escritos todos los artículos que componen este libro, se me ocurre coleccionarlos y ponerles esta portada con el título que el lector habrá visto. Por eso es más epílogo que prólogo lo que estoy haciendo; y en cuanto a llamarse, la colección como se llama, consiste en que, pensándolo bien, he venido a comprender que todo lo que sea abogar por el buen gusto y demás fueros del arte es predicar en desierto, si en España se predica. SERMÓN PERDIDO será, por consiguiente, cuanto sigue, porque ni los malos escritores de quien digo pestes más adelante se enmendarán, ni a los buenos a quien alabo y pongo sobre mi cabeza han de respetarlos más el vulgo y los criticastros porque yo se lo mande. No basta despreciar a los necios que tienen voz y voto en los concilios de la estupidez humana, como yo los desprecio, para evitar que sean los más, los procaces y alborotadores, los que escriben de balde o por cuatro cuartos, los que llenan con sus gritos toda la trompetería de la Fama barullera y trapalona.
Los mentecatos son de tantas maneras, que hasta los hay disfrazados de listos; y no dejan de escribir con soltura algunos, y en francés traducido al caló para mayor gracia. Hasta se dan aires de pesimistas o de escépticos estos majaderos disimulados, y no enseñan la oreja en mucho tiempo; pero, amigo, publica uno de los suyos un drama trascendental o un poema filosófico-descriptivo, y como Zapaquilda la bella se echaba sobre el ratón y descubría los instintos felinos, ellos se arrojan ante la obra del genio prosternados; admiran, adoran los dislates del otro, y adiós la blague, copiada del Fígaro, y el eufemismo aristocrático tomado de La Revue de deux mondes; todo se lo lleva la trampa y sólo quedan dos necios uno en frente de otro, admirándose mutuamente, comprendiéndose; y los que antes eran dos distintos botarates, sin dejar de serlo, quedan hechos una sola plaga literaria. Pero no tarda el tonto disfrazado en querer tomar el desquite, o revancha, como él dice. Publica un autor bueno, de esos que se pueden contar con los dedos de las manos, sin repetir, publica un libro o escribe un drama y entonces el bobo solapado se hace el descontentadizo, escatima el aplauso, prodiga la censura y con buenas palabras les dice a Galdós o a Campoamor, por ejemplo, que tengan cuidado porque decaen mucho, y el mejor día les pone el pie delante cualquier novelista o poeta de los que el bobo caprichoso descubre y apadrina.
Pero no es esto lo peor.
Llega a provincias el periódico en que estas cosas dice nuestro papanatas por poco dinero o por ninguno (no se olvide que Madrid también es provincia), y los socios del Casino, o del Círculo mercantil o Industrial, v. gr. leen el palo (que así lo llaman) que el acreditado crítico Fulano le pega al lucero del alba; y como ellos no se atreven a saber más que el escritor que de saber estas cosas piensan que vive, lo dan todo por hecho; y el público, que al fin son ellos, queda convencido de que la última obra del eminente autor X vale poco, «acusa una rápida decadencia». Y la envidia que llega a los últimos grados de la escala zoológica, late satisfecha en aquel espíritu de ultramarinos o de pan llevar. Así como dijo Víctor Hugo que el genio es la región de los iguales, se puede decir que la necedad iguala al especiero con el cronista espiritual que se dedica a crítico en sus ratos de ocio; se entienden desde lejos, a media palabra, y el terrateniente, al penetrar la intención del escriba, exclama sonriendo y moviendo la cabeza: «El diablo es este Fulanito; tiene la intención de un Miura». Sí que la tiene, porque aquella envidia que en el hombre de la liga... de contribuyentes es rudimentaria, en el crítico de lance es una tenia que se lo come vivo.
Mucho tiempo después de escritos todos los artículos que componen este libro, se me ocurre coleccionarlos y ponerles esta portada con el título que el lector habrá visto. Por eso es más epílogo que prólogo lo que estoy haciendo; y en cuanto a llamarse, la colección como se llama, consiste en que, pensándolo bien, he venido a comprender que todo lo que sea abogar por el buen gusto y demás fueros del arte es predicar en desierto, si en España se predica. SERMÓN PERDIDO será, por consiguiente, cuanto sigue, porque ni los malos escritores de quien digo pestes más adelante se enmendarán, ni a los buenos a quien alabo y pongo sobre mi cabeza han de respetarlos más el vulgo y los criticastros porque yo se lo mande. No basta despreciar a los necios que tienen voz y voto en los concilios de la estupidez humana, como yo los desprecio, para evitar que sean los más, los procaces y alborotadores, los que escriben de balde o por cuatro cuartos, los que llenan con sus gritos toda la trompetería de la Fama barullera y trapalona.
Los mentecatos son de tantas maneras, que hasta los hay disfrazados de listos; y no dejan de escribir con soltura algunos, y en francés traducido al caló para mayor gracia. Hasta se dan aires de pesimistas o de escépticos estos majaderos disimulados, y no enseñan la oreja en mucho tiempo; pero, amigo, publica uno de los suyos un drama trascendental o un poema filosófico-descriptivo, y como Zapaquilda la bella se echaba sobre el ratón y descubría los instintos felinos, ellos se arrojan ante la obra del genio prosternados; admiran, adoran los dislates del otro, y adiós la blague, copiada del Fígaro, y el eufemismo aristocrático tomado de La Revue de deux mondes; todo se lo lleva la trampa y sólo quedan dos necios uno en frente de otro, admirándose mutuamente, comprendiéndose; y los que antes eran dos distintos botarates, sin dejar de serlo, quedan hechos una sola plaga literaria. Pero no tarda el tonto disfrazado en querer tomar el desquite, o revancha, como él dice. Publica un autor bueno, de esos que se pueden contar con los dedos de las manos, sin repetir, publica un libro o escribe un drama y entonces el bobo solapado se hace el descontentadizo, escatima el aplauso, prodiga la censura y con buenas palabras les dice a Galdós o a Campoamor, por ejemplo, que tengan cuidado porque decaen mucho, y el mejor día les pone el pie delante cualquier novelista o poeta de los que el bobo caprichoso descubre y apadrina.
Pero no es esto lo peor.
Llega a provincias el periódico en que estas cosas dice nuestro papanatas por poco dinero o por ninguno (no se olvide que Madrid también es provincia), y los socios del Casino, o del Círculo mercantil o Industrial, v. gr. leen el palo (que así lo llaman) que el acreditado crítico Fulano le pega al lucero del alba; y como ellos no se atreven a saber más que el escritor que de saber estas cosas piensan que vive, lo dan todo por hecho; y el público, que al fin son ellos, queda convencido de que la última obra del eminente autor X vale poco, «acusa una rápida decadencia». Y la envidia que llega a los últimos grados de la escala zoológica, late satisfecha en aquel espíritu de ultramarinos o de pan llevar. Así como dijo Víctor Hugo que el genio es la región de los iguales, se puede decir que la necedad iguala al especiero con el cronista espiritual que se dedica a crítico en sus ratos de ocio; se entienden desde lejos, a media palabra, y el terrateniente, al penetrar la intención del escriba, exclama sonriendo y moviendo la cabeza: «El diablo es este Fulanito; tiene la intención de un Miura». Sí que la tiene, porque aquella envidia que en el hombre de la liga... de contribuyentes es rudimentaria, en el crítico de lance es una tenia que se lo come vivo.
Sermón perdido: (crítica y sátira)
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Autor:
Leopoldo Alas Clarín
- Código del producto: 281
- Colección: Psicología y salud
- Categoría: Sociedad y ciencias sociales, Psicología
- Temática: Psicología humanista
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ISBN:
- 9788497702669 - PDF Cómpralo aquí
- Idioma: Español / Castellano